jueves, 11 de agosto de 2011

Taking Sides: Keitel vs Stellan Skarsgård

Como actualmente con el fenómeno hipster, nadie se considera nazi entre los músicos que entrevista el mayor Steve Arnold (Harvey Keitel) en el proceso contra Wilhem Furtwängler (Stellan Skarsgård), el director de orquesta más prestigioso de Europa que continuó en Alemania sirviendo a los nazis.

Nadie reconocía haber sido nazi y nadie, aseguraban, tenía el carné del partido. Tocaron en el cumpleaños de Hitler, es cierto, pero no tocaron en el cumpleaños de Hitler porque lo hicieron el día antes; tocaron en el Congreso de Nuremberg, es cierto, pero no tocaron en el Congreso porque lo hicieron el día antes.
En Taking Sides, el director húngaro Istvan Szabo plantea un tenso duelo entre el director de orquesta (a quien muchos norteamericanos quieren exculpar (también los rusos y que dirija para ellos) y otros muchos necesitan verlo condenado porque, como el propio Steve Arnold piensa: "todos los alemanes fueron culpables) y Steve Arnold, quien ha olido la carne humana quemada a más de seis kilómetros de un campo de exterminio, y no ve que se deba tener ninguna consideración con él: sea o no un genio. Sus ayudantes sirven de contrapunto: su secretaria, una alemana cuyo padre fue fusilado por la Conspiración de los Generales; su ayudante, un judío alemán que huyó a Norteamérica y se unió al Ejército.
¿Qué relación exite entre arte y política? ¿Pueden disociarse? ¿Incluso en una Dictadura cuando era de sobra conocido que eres el director a quien admiran Hitler, Goebbels, Speer... y muchísimos alemanes de a pie, como los compañero de Steve Arnold, que miran al genio con devoción?
¿Cuál es el peso de la culpa? se pregunta en su último ensayo Ian Buruma.  ¿Tiene algún valor la Conspiración de los Generales, que pretendían salvar el Estado que se hundía, pero compartían casi todos los objetivos de Hitler, entre ellos el exterminio?
Quizá no tan interesante como ¿Vencedores o vencidos? (imposible comparar repartos), Taking Sides entretiene a la vez que permite la reflexión sobre la culpa y ofrece grandes momentos: casi todo el duelo actoral, la música por supuesto, la secuencia de la borrachera del mayor norteamericano y el general ruso (los paralelismos, que bien debía conocer Szabo, entre la Alemania nazi y la Unión Soviética), la escena final con Furtwangler bajando las escaleras mientras el subordinado del mayor, como homenaje al compositor, pone su música; la voz en off del mayor que explica su punto de vista (y el del director) y la imagen final documental del concierto que dio para Hitler...
¿Y si toda la colaboración de Furtwangler tuvo que ver con la creciente certeza de que el príncipe Karajan (él lo llamaba, en alemán, Little K porque no quería ni pronunciar su nombre) lo iba a destronar?


 

Votar esta anotación en Bitácoras.com

0 comentarios: