Michel Onfray |
En su Tratado de ateología, Michel Onfray pretende "deconstruir los monoteísmos, desmistificar el judeocristianismo -también el islam, por supuesto-, luego desmontar la teocracia: éstas son las tres tareas inaugurales para la ateología. A partir de ellas, será posible elaborar un nuevo orden ético y crear en Occidente las condiciones para una verdadera moral poscristiana donde el cuerpo deje de ser un castigo y la tierra un valle de lágrimas, la vida una catástrofe, el placer un pecado, las mujeres una maldición, la inteligencia una presunción y la voluptuosidad una condena".
Rastrea al comienzo a los primeros autores y libros considerados ateos, aunque advierte que "el ateísmo proviene de una creación verbal de deícolas", es decir, no surge como un término positivo. No anticlericales, ya ateos serían Meslier, Holbach, Feuerbach, Nietzsche...
Rechaza, por ejemplo, en sus páginas que del ateísmo se desprenda la famosa cita nihilista de Dostoyevski: "Si Dios no existe todo está pemitido" y también, una fase en la que nos encontraríamos en este primer cuarto del siglo XXI, esa moral judeocristiana sin Cristo (Kant).
Y explica la pulsión de muerte de cualquier religión, pero ejemplificada en Pablo de Tarso, o el Estado teocrático de Costantino y sus sucesores, imitado por cualquier otro totalitarismo. En cuanto a la pulsión de muerte y la figura de Pablo, ese aborto: "Pablo creó el mundo a su imagen y semejanza. Y esa imagen es lamentable. fanática, siempre cambiando de objeto -los cristianos, luego los paganos, otro síntoma de histeria...-, enferma, misógina, masoquista...".
Onfray se detiene en las contradicciónes de los libros sagrados. El imperativo judío del "no matarás" sirve solamente para los judíos, su Dios les dio permiso para exterminar cualquier otro pueblo; y qué decir de Mahoma: el analfabeto pederasta, otro aborto como Pablo, que quiso hacer de la Tierra el desierto donde habitaba; o el esquizofrénico de Jesucristo que un día habla de poner la otra mejilla y otro echa a latigazos a los mercaderes del Templo (cómo le gustaba, refiere, a Hitler este último Cristo que expulsaba a los mercaderes "judíos").
Apunte: Todavía existen las almas cándidas que pretenden separar a Jesús de la Iglesia (al igual que hay quien piensa que Hitler, otro buenazo, no tuvo que ver con el Holocausto, que se le ocultó). Tomemos un escrito en el País de Juan Arias con el título Los pecados del Vaticano, donde se leen "palabritas de niño Jesús" como éstas: "La Iglesia prefiere la teología de la cruz en vez de la teología de la felicidad, que era la que predicaba Jesús" O "La jerarquía católica debería pedir perdón a la humanidad por sus ofensas a la doctrina predicada por Jesús". Abriendo al azar el Nuevo Testamento podemos encontrar lo uno y su contrario. Parecen los cristianos como los leninistas intentando separar a Lenin de Stalin: no lo intenten, no se puede.
Continuamos: Sin embargo, Onfray no es capaz (o no pretende en este libro) asentar las bases de ese laicismo poscristiano: la mayoría de lo que entendemos como delito tiene su raíz en el pecado de los monoteísmos; en medicina avanzamos poco a poco en temas como bioética, eutanasia... Aunque lo peor ya no es el laicismo de base cristiana como Kant sino ese laicismo que tanto debe al cristianismo y que parece su reverso: de la misma histeria parecían aquejados en Madrid quienes protestaban contra la visita del Papa que los que aplaudían la visita de éste. Eso no significa igualar, claro (a excepción de sus malos modos e intransigencia), porque no se debe situar al mismo nivel el pensamiento científico que el pensamiento mágico que sostiene toda creencia religiosa.
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