jueves, 22 de septiembre de 2011

(1977 - 2011)


«En absoluto, nunca he sentido la soledad de Azaña y Suárez», respondió el Presidente cuando lo compararon con el Último y el Primero.
No padece el presidente «la soledad del corredor de fondo», se encuentra cómodo entre homenajes y toma de decisiones que en unos meses el PP borrará de un plumazo, pero qué larga se hace esta innecesaria espera hasta finales de noviembre, y qué desesperados los esfuerzos de los socialistas para transmitirse entusiasmo (en el PSRM bastante tienen con no despedazarse o asumir el papel del clown).
Representa el Presidente la clásica figura norteamericana del lameduck (últimos meses de mandato de un presidente que no repite) y España una marxiana Freedonia donde unas comunidades autónomas se declaran insumisas, otras indignadas y se ha generalizado la sospecha de que en Bélgica (casi quinientos días sin Gobierno) se vive mejor porque aquí la casta ya ha exprimido todo el jugo (televisiones públicas: 1.300 millones de euros; diputaciones: 5.000 millones; Senado: cuánto cuesta y para qué, se pregunta en El País César Molinas y nos preguntamos cada vez más españoles) y no nos decimos «en el último trago nos vamos» como nuestro referentes, soviéticos y yugoslavos, porque las Olimpiadas y el oro en Londres se divisan en el horizonte.
¿Para qué tanto político y su corte de honor?
Recordamos algún discurso de Azaña, el «gesto» de Suárez, pero qué quedara de este Presidente que habla constantemente de sus sentimientos, tanto sentimiento que parece arrancado de una comedia de Jennifer Aniston e introducido a la fuerza en una España neorrealista.
Por algo sí nos acordaremos del Presidente… y hasta le mostraremos gratitud. En estos ocho años el hartazgo hacia la clase endogámica hace inevitable una reforma en profundidad del sistema de partidos, una legislatura cuya consecuencia (imprevista) será  dar la puntilla necesaria a la actual democracia.
Requiescat in pace (1977-2011).

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