Ian Buruma publica El Precio de la culpa (Duomo Perímetro)
en 1994. Un par de años antes pasea por Berlín y Tokio: la primera guerra del
Golfo ha comenzado y parece que lo que queda del pasado es un pacifismo que no
quiere esta guerra, ninguna guerra (provocador Enzensberger, en el diario Der. Spiegel, comparaba por
entonces a Sadam Hussein con Adolf Hitler «no es una metáfora
periodística ni propaganda exagerada, sino que acierta en la esencia del
asunto»; Buruma le pregunta a sus interlocutores pacifistas qué hubieran hecho
ellos en 1938). En Alemania a ese pacifismo se unió una honda preocupación por
el destino de los niños israelíes cuando comenzaron a lanzar cohetes los
iraquíes contra su territorio y miles de alemanes ofrecieron sus casas como
lugar de acogida. En Japón, Buruma hurga en ese pacifismo soberbio y, todo hay
que decirlo, bastante irritante: «Como sufrimos las consecuencias de la bomba,
damos lecciones morales a toda la humanidad», sería la respuesta más probable
de un pacifista. Pero leyendo el texto del ensayista holandés descubrimos que
los japoneses en su gran mayoría no han aprendido las lecciones de la guerra: ni
reconocen la violación de Nanking (en muchos libros de texto violación o
masacre se sustituye por «avance») ni los esclavos, sexuales o como mano de
obra, los experimentos con presos, la propia Guerra del Pacífico no sería sino
el intento de los japoneses, en nombre de Asia, de expulsar al colonialista
europeo y norteamericano. La guerra del Golfo llena de razones a pacifistas y
conservadores.
En Alemania, solo tras la
reunificación, y el conocimiento de los crímenes en la RDA, gana seguidores
la teoría, defendida entre otros por Erns Nolte, que la
II Guerra Mundial, por lo menos en el Este,
fue defensiva, con el propósito de «salvar» Occidente del peligro asiático.
Antes de la reunificación, los alemanes de distintas generaciones: los niños de
la guerra, los sesentayochistas…, intentan manejar el peso de la culpa con
resultados dispares. Esto en la RFA. En la Alemania comunista, la
fórmula «el fascismo como último estadio del capitalismo» les despreocupa del
asunto, salvo para señalar las continuidades entre la Alemania de Hitler y la
de Adenauer.
En Japón, ese no mirar al pasado,
tiene algunas causas exógenas: el mantenimiento del Emperador, una Constitución
que impide tener un Ejército pero que sería ignorada por Estados Unidos y
políticos conservadores en el contexto de la Guerra Fría con la creación de
las Fuerzas de Auto Defensa…
Ian Buruma bucea en la literatura
de posguerra, la de las ruinas (Trümmerliteratur, en alemán), Heinrich
Boll, Günter Grass… y que en Japón fundamentalmente trata de la caída de la
bomba en Hiroshima y Nagasaki (más sobre la primera porque en Nagasaki la bomba
cayó en barrios periféricos ocupados por pobres o extranjeros); el ensayista
visita Auswitch, un lugar que casi le deja indiferente al haberse convertido en
algunos aspectos en un parque de atracciones, mientras que le impresiona el
gueto de Varsovia precisamente porque ya no existe: no se ha embalsamado, se
destruyó completo, como Hiroshima, pero en esta se ha creado un Monumento a la Paz que significa más bien un
monumento a los caídos japoneses, no a la paz universal (aunque a veces lo
pretenda) ni tan siquiera a otros ciudadanos que murieran con la bomba; visita
otros museos y lugares de conmemoración por las víctimas y advierte la
confusión entre museos y monumentos que impide extraer una lección política de
los primeros y una lección moral de los segundos; asiste a juicios por crímenes
de guerra, donde acuden alumnos alemanes espoleados por profesores
bienintencionados, mientras no ocurre lo mismo con Japón (la responsabilidad
del Emperador es un tema tabú y, para el japonés medio, no existieron
criminales de guerra porque obedecían órdenes); lee en los libros de texto para
escolares qué historia les enseñan…
Un esfuerzo loable el alemán pero que parece baldío
hasta el estreno de la serie norteamericana Holocausto el 16 y el 19 de abril
de 1978 en la RFA. Los
alemanes por primera vez son capaces de identificarse con esa familia
judía-alemana (aunque Buruma se pregunta si la identificación y el impacto se
hubieran acercado si no se tratara de clase media).
The New York Times escribe sobre este ensayo: «Ian
Buruma no muestra compasión alguna ante la amnesia histórica, y es igualmente
implacable al rechazar los estereotipos de la posguerra» y Library Journal:
«Buruma sorprende con su conclusión de que Alemania ha llegado a asumir el
pasado y que Japón trata de olvidarlo». Acertada esta sentencia del Library
Journal: algunos autores han querido encontrar esta diferencia entre unos y
otros en la «cultura la culpa cristiana» y en la «cultura de la vergüenza
japonesa» (esta última explicada por Ruth Benedict en su conocido El crisantemo
y la espada: patrones de la cultura japonesa, publicado por
Alianza). No tanta diferencia aprecia Ian Buruma, para el que no existen negros
y blancos: recuerda cómo el ejemplo prusiana contribuyó a la modernización
japonesa y cómo los japoneses suelen hablar de sus puntos en común con los
alemanes, mientras que estos los niegan. «Buruma documenta con rigor sus
informaciones y las organiza con precisión y la astucia de un buen novelista».
Estas palabras del premio Nóbel Mario Vargas Llosa nos indican qué vamos a
encontrarnos: una lectura fascinante que nos abre las puertas a otras muchas lecturas,
películas, representaciones artísticas…
0 comentarios:
Publicar un comentario