miércoles, 7 de septiembre de 2011

Rosebud, Rosebud...

Rosebud, Rosebud...
¿Qué importa si es un trineo o una fotografía en blanco y negro, o una canción o  un recuerdo que te asalta y se te queda en el pensamiento, clavado para siempre ? ¿Qué  importa cómo deviene la tiranía de la infancia ? Recuerdo de madrugada (hoy, ayer,  mañana), sin orden cronológico, conversaciones ; gestos ; actos que marcaron mi  infancia y que yo creo que me formaron : la tarde de verano que me obligó el monitor de  natación a saltar a los más hondo de la piscina ; los camareros que me decían qué niña  más guapa y los chavales del barrio que me gritaban nena o córtate ese pelo nena ;  cuando mi madre nos llevaba a mi prima y a mí (cada uno con media barra de pan bajo el brazo) a la plaza del ayuntamiento, que estaba llena de palomas y domingueros, a que le  diéramos de comer a las palomas, y mi prima les daba de comer en su mano, pero yo,  que tenía miedo, siempre tiraba el pan y huía ; mi abuelo contándome historias de José  María el Tempranillo, que robaba a los ricos para... ; los recreos que me quedaba  castigado (o eso pensaba yo) porque no pronunciaba bien la letra r ; mi madre  llevándome al cine todas las tardes de verano durante muchos veranos para que viera  Dumbo, Bambi, Robin Hood... (siempre las mismas películas) ; mi madre escondiendo mis comics de Spiderman y regalándome Los Cinco en apuros ; mi madre y yo riéndonos con los payasos del circo ; yo, asustado, aferrándome a mi madre cuando salían los leones ; mi madre...

 
Elena ha venido esta noche, hemos salido a bailar y, como se nos ha hecho tarde y no quería volver sola a casa, se ha quedado a dormir.
La cama es pequeña e incómoda para dos, y cuando nos hemos acostado hacía calor, así que no esperaba dormir mucho ni bien. Sabía, cuando le propuse que viniera a mi casa, que cuando llegara la madrugada, si no había podido dormirme, ya no podría,  pero pensaba que el sueño apacible de Elena me tranquilizaría, actuando como narcótico,  y no me abandonaría a pensamientos inútiles y perniciosos. 
En la cama hemos hablado de literatura, pero ella se ha callado pronto y yo he continuado hasta que la he notado dormida. He susurrado un buenas noches, Elena, le  he olido el cabello y se lo he besado.
Poco después se ha despertado y me ha dicho que estaba asada de calor, se ha  desvestido y se ha recostado en mi pecho : en seguida se ha vuelto a dormir.
Llevamos ya cuatro o cinco meses juntos. Al principio no imaginé que fuera a  funcionar. Yo había conocido otras mujeres (muchas no) : las que me gustaban realmente  pronto se cansaban de mí y salían con chicos mayores ; las otras querían que eliminara  mis singularidades, que fuera como los otros, decían ; y poco después yo las dejaba. Les  preguntaba que por qué no se iban con cualquier otro, pero me respondían que ellas lo que querían es que yo fuera como los otros, no a los otros. Todavía no lo entiendo : si  soy como los otros y si un día me engañan, ¿debo enfadarme o pensar, ya que todos somos idénticos, que utilizó para el coito a quien encontró más a mano ? Me he alejado  de lo que quería decir. No creí que durara porque desconfío de las mujeres (del género  humano, en general), Pero también porque, para decirlo como los poetas, si lo fuera, ella  era luz y yo ocaso. Pero no soy poeta, así que no voy a intentar decirlo como los poetas.
Yo me conformo con poco en el día a día : un buen libro o una película, algo de beber  (con alcohol, por favor), una canción triste y poco más ; a ella le interesan las personas, quiere salir por las noches y rodearse de la gente, quiere también pensar (y que yo piense) que la vida es bella. Le molesta mi indiferencia, mi apocamiento cuando hay gente delante. Del futuro sólo me interesa dejar constancia de mi paso por la Tierra, que no sea fugaz y efímero. Es un sueño vago y confuso, lo sé, pero es mi sueño, no tengo otro. Ella tiene claro (casi siempre) que terminará la carrera, se casará o vivirá con un hombre, buscará trabajo y lo encontrará... y será feliz (tampoco es esto lo que pretendía : la estoy dibujando sin aristas, sin contradicciones, y ella no es así). Para mí nada está tan claro. Aun así estamos juntos, y la quiero y me quiere. Tenemos buenos ratos y también malos. Reímos, lloramos, nos besamos, nos odiamos, hacemos el amor, hay incomprensión, como también les pasa a los otros (lo digo sin ironía). La quiero y la llamo cariñosamente pequeñaja... y yo no suelo ser cariñoso.
Tenues rayos de sol se cuelan por la cortina y puedo ver la habitación y a Elena desnuda. Su ropa está tirada en el suelo, desperdigada por toda la habitación. Reparo en sus bragas rojas, en el sujetador, que está cerca de la puerta, y en los calcetines al pie de la cama. Ahora me fijo en ella : se ha acurrucado (es normal, anoche acabamos echando a un lado las sábanas y esta madrugada le habrá entrado frío), el pelo le cubre la cara y...
Está moviéndose, buscándome. Acerco mi cuerpo al suyo y la rodeo con el brazo.
Estaba a punto de dormirme cuando he notado que se levantaba. Ha descorrido las cortinas ; luego se ha sentado en la cama y ha comenzado a acariciarme el pecho, casi mecánicamente, mientras tarareaba una canción de moda ; así ha estado un tiempo, entonces ha acercado su cara a la mía y me ha mirado fijamente unos segundos. Yo estaba ya con los ojos entreabiertos. Ella acercaba más sus labios a mi cara, suponía yo que para besarme, pero ha sacado la lengua y me ha chupeteado las mejillas como si fuera un perro. He saltado de la cama, sorprendido, mientras ella se reía. Todavía riéndose se ha recostado de nuevo en la cama y yo me he acostado encima de ella, la he besado para que no desconfiara y cuando no estaba prevenida he comenzado a hacerle cosquillas. Ella pataleaba y reía y gritaba y lloraba y pedía que por favor la dejara hasta que me he cansado de hacerle cosquillas y me he puesto triste sin motivo.
Elena tiene ya los pantalones puestos y juega distraída con el sujetador en la mano.
- ¿Te lo has pasado bien ? - le pregunto.
- Sí - se ríe -, sobre todo con las cosquillas.
- ¿De verdad te tienes que ir ?
- He de entrar a clase.
La agarro de la cintura y la atraigo hacia mí. Le beso la boca, el cuello y, finalmente, le beso con delicadeza un pezón. Ella me aparta riéndose. Termina de vestirse y se va hacia la puerta. Yo estoy todavía desnudo en la cama, mirándola. Me contempla preocupada, duda si decirme algo o no, pero no se lo pongo más fácil.
- Víctor, debes ir tú también a clase. Ya ha pasado más de un mes desde lo de tu madre.
Mamá murió hace un mes. De cáncer. Llevaba matándola casi dos años.
Consumiéndola por dentro. Morir día sí y día también, sabiéndolo irreversible y próximo, debe de ser una agonía. Hace un año (más o menos) tuvimos una discusión. Ella me hablaba de mi futuro y yo trataba (lo juro) de parecer animado e interesado. Pero nos peleamos. Llevábamos haciéndolo desde que no cumplí las expectativas, las esperanzas que todos ponían en mí y que antes o después retiraban. Me cansé de que ensombreciera mis éxitos y agrandara mis fracasos : siempre la comparación con la hija o el hijo de tal o cual, siempre diciéndome lo ilusionados que estaban todos conmigo cuando era pequeño y ahora... Si cuando algo que hacía o algo que leía me ilusionaba y se lo contaba, ella no hubiera dicho que eso era secundario, que pensara en estudiar y luego Dios proveería...
Si alguna vez me hubiera besado sin haber motivo... Pero mi madre no era mujer de besos (ni yo tampoco). Así que nos peleamos ; y desde entonces sólo la veía los fines de semana, le pedía dinero, hablábamos en el salón y los últimos meses en el hospital.
Hablábamos sin escucharnos. Por supuesto no nos entendíamos. Creo que en psicología esto se llama ruido, pero yo no entiendo de psicología. ¡Cuántas veces me dije y me hice promesa de que la vez siguiente todo marcharía bien ! Pero, qué va, no salió bien.
También es cierto que entonces yo fumaba marihuana continuamente y que su consumo potenciaba mi natural indiferencia, desgana e incapacidad para asumir situaciones inusuales. Influía otro factor : yo pensaba que mi madre era fuerte (¡la más fuerte !). Había cuidado ella sola de mí. Recuerdo ahora una vez, yendo yo a parvulitos, que una profesora, cansada de perder la voz sin lograr que nos calláramos, nos mandó dibujar a nuestra familia. Yo dibujé a mis tíos, a mis abuelos, a mi padre... y a mi madre mucho más alta que todos ellos, tan alta que, incluso, no pude dibujar su pelo porque ya había ocupado todo el folio. Así que cuando vino mi tío a recogerme y silenciosos nos montamos en el coche dudaba de que realmente estuviera muerta. “Ellos creen que está muerta. Pero no lo está”, me decía yo. Y me sonreía como si ese fuera nuestro secreto.
En el pueblo toda la familia lloraba. Vinieron extraños y me dieron el pésame. Mi padre todavía no había llegado (estaba de negocios en Galicia). Mi tía no quería que viera a mi madre (por la impresión, supongo) y mi tío y mi abuelo se enfadaron conmigo y me dijeron que no era un hombre, que dejara de portarme como un crío. Llegó mi padre. Pasamos la noche sin dormir. Hacía frío y tenía hambre. A la mañana siguiente se celebró el funeral. Varios amigos vinieron a hacerme compañía. Yo escuchaba a las viejas decir que era un bonito entierro. Mi padre siempre decía que yo mataría de disgustos a mamá, pero yo sé que no lo hice. Se murió de cáncer, el médico dijo que fue un cáncer, papá, yo no lo hice.
- Ya casi no pienso en nada.
- ¡Tampoco es eso !.
Abre la puerta de la habitación y se va. La escucho hablar con mi compañero de piso. Me levanto de la cama y ojeo los libros de mi biblioteca : Los subterráneos de Kerouac, América de Kafka, Candido de Voltaire, Parménides de Platón... Finalmente cojo el Pabellón No. 6 de Chejov. Comienzo a leer, pero no me concentro. Éste es otro día más sin ir a clase. Ya no escucho a mi novia. Me acuesto de nuevo después de bajar la persiana. Quisiera quedarme aquí, inmóvil en la cama, sin pensar en nada. Sin embargo estoy pensando en la última de mis novelas inconclusas (y ya son varias).
Salgo a la cocina y me preparo un vaso de leche. Me lo bebo, lo friego y voy al comedor, donde está mi compañero de piso.
- Vas desnudo.
- Ya - le contesto con indiferencia.
- Hemos pensado que necesitas hablar con alguien de tus...
- ¿Quiénes ?
- Tu novia y yo.
- No creo que os importe lo más mínimo.
- Eso no es justo. Además, tu novia no lo está pasando bien. Dice que últimamente...
- ¿Qué…? - le interrumpo.
- Dice que no tienes confianza en ella y que nunca habláis de nada... Que estás todo el tiempo callado sin prestarle atención.
- Tampoco follamos tanto como antes.
- ¿Pero... ?
Es mediodía y quiero que mi compañero de piso desaparezca, pero si lo hiciera  estaría metido de lleno en una novela fantástica y quiero que ésta tenga su dosis de  realismo. Loado sea el Cielo : ya no será necesario meterme en el terreno de la ciencia ficción, porque mi compañero dice que va a casa de unos amigos a comer y luego al cine  a ver Deep Impact (espero que la elección de esta película sea suficiente para que se hagan una idea de su inteligencia y sensibilidad). Me pregunta si quiero irme con él.
Entorno los ojos para no contestarle y se va. Tengo la casa para mí solo. Saco una silla al  balcón y me siento a ver pasar las chicas.
Estando cómodamente sentado, con una temperatura agradable, me he quedado  dormido. He despertado poco después, recordando sólo en parte un sueño extraño que he tenido : una mujer de mediana edad, sin rostro, desnuda encima de una espaciosa cama ; un joven (creo que soy yo) se acerca a ella y se desnuda también ; el joven le besa los ojos, los hombros, el cuello ; comienzan a hacer el amor ; mientras lo hacen ella le acaricia el cabello y él llora en silencio ; poco a poco y milagrosamente él se introduce completamente en su matriz. A partir de aquí no recuerdo con claridad : tengo la sensación de que ella anhelaba que él se introdujera en su matriz ; me parece que él nació de ella nueve meses después. Lo cierto es que me he despertado un poco inquieto y que esta sensación desagradable aumentaba conforme intentaba recordar claramente el sueño  para saber cuál era su significado..
Tengo hambre. Deben ser las cuatro o las cinco de la tarde. Por la calle pasean dos chicas cogidas de la mano. Otro grupo de chicas, con risas y carpetas, espera el  autobús (no son guapas, pero seguro que huelen bien). Veo también hombres ocupados,  mirando al suelo mientras andan con prisa. Piensas que no tienen un orden o un itinerario prefijado porque tropiezan unos con otros y se disculpan, se saltan semáforos en rojo o, por indecisos, pierden el autobús que debería llevarlos a su oficina. Un día, uno de estos  hombres grises se levantará como siempre : desayunará, se lavará,  trabajará, comerá,  fornicará... hasta que diga basta ya y se quede parado en plena Gran Vía, mientras la  vorágine de la ciudad desnaturalizada continúa. Hará falta que en otros puntos de la  ciudad, respetables hombres grises digan basta también y se paren para que las  autoridades tomen este curioso fenómeno en cuenta. Luego se suicidarán miles de estudiantes japoneses y los presidentes de las siete grandes potencias económicas, secundadas (pero con reservas) por “la madre Rusia”, decidirán que la culpa de esta crisis en nuestra aldea global la tiene Fidel Castro, un cantante de tangos ya retirado, la España del siglo XVII, el gallego de la luna, los saharauis y los kurdos, Agustina de Aragón y el colectivo (terrorista, según fuentes próximas al Vaticano) de los aceituneros de Jaén. Pero me olvido de ellos en cuanto veo a una rubia esperando a alguien (¿quién será el afortunado ?) en la puerta de una aseguradora. Scott Fitzgerald recomendaba, ante la proliferación de malos escritores que describían días maravillosos y rubias altas y guapas (como diosas), a estos mismos escritores, que empezaran hablando sobre días normales y mujeres aceptables, y si lo hacían bien entonces podían escribir acerca de mujeres como diosas y días radiantes. Sin embargo, cuando dices que una mujer es rubia, alta, con un impresionante cuerpo, guapa, parecida a una diosa, todo el mundo te entiende. Así era mi rubia. De tanto perder el tiempo hablando he dejado de prestarle atención y se ha marchado. Veo pasar dos hombres negros : van juntos, pero no se hablan, ellos también tienen prisa. Pobres, pienso, qué triste tiene que ser su vida en este país para haber adoptado el apresuramiento, tan europeo, de sus ciudadanos. He leído sobre ciudades latinoamericanas en donde tienen cabida todas las razas y todas las culturas, y unas influencian a otras y todas se enriquecen. No se malvive sacralizando el trabajo. Espero que realmente exista un pueblo así, porque también leí a otros muchos escritores que hablaban con las mismas palabras sobre París y cuando fui vi muchas razas y pueblos : nórdicos, hispanos, africanos, asiáticos, pero todos andaban ciegos por las calles, no había variedad en el modo de sentir la vida, tendían a uniformarse bajo una forma de vivir tan europea como despreciable. Veo a otra chica guapa y se me quita el mal sabor de boca. Pero escucho abrir la puerta de la calle y pienso que será otro de mis cuatro compañeros de piso. En efecto, es Ramón : vuelve el sabor amargo. Se asoma al comedor.
- ¿Estás aquí ?
No le contesto.
- ¿Sabes que vas desnudo ?
Sigo sin contestarle.
- Me he tropezado con Raúl. Se ha echado novia.
- Peor para él.
- ¿Por qué ? ¿No tienes tú novia ?
- Sí - le respondo -, tengo novia. Pero tener novia, aun cuando te va bien, sólo te trae a la larga problemas y dolores de cabeza. Si estás con ella ya no puedes dejarla, así que lo mejor es no tenerla.
- Todo el mundo quiere tener novia. Así no estás tan solo.
Él también podría irse al cine. Entorno los ojos... pero éste no se va. ¿Qué darán hoy por televisión ? Todavía tengo tiempo de vestirme y pasar por la tienda a comprarme algún refresco y palomitas. Eso voy a hacer. Quizá pase también por la farmacia y compre somníferos o pastillas para no soñar (como canta Joaquín Sabina). Mañana vendrá mi padre y tendremos que decidir si seguiré estudiando. Espero que no nos peleemos, aunque en estas reuniones no se puede asegurar. Ha comenzado a llover. Supongo que si recuerdo alguna vez que él y yo hallamos estado unidos será más sencillo : no lo veré como a un extraño que le arrebató a mi madre su derecho a ser feliz (¿o se lo quité yo ?). ¡Qué bonita es Murcia mojada ! Si le dijera que me comprara libros y más libros y que apostara por mí, que un día devolvería todo con creces, se enfadaría conmigo y me repetiría que yo maté a disgustos a mi madre.. Una pareja (él con chubasquero y ella con paraguas) se pelea en un portal y hacen los dos ademán de marcharse, pero van de farol y pronto se abrazaran (así es). Estoy pensando en Elena y en lo bueno que estaría ahora un potito de frutas (plátano, naranja, galleta) como cuando era pequeño (no es que una cosa tenga que ver con la otra, pero es en lo que pienso). Si la esperara a la salida de clase se llevaría una alegría (pero llueve demasiado). Ahora recuerdo una escena de Dumbo donde la madre está encerrada (por alborotadora) en un viejo carromato. Allí también llueve. Su hijo Dumbo, de orejas grandes (otro inadaptado), va a visitarla, pero, como el carromato está cerrado y ella con cadenas, no puede verla ; entonces ella mete su trompa entre los barrotes y acaricia a su hijo, uniendo las trompas. Siempre lloro cuando veo Dumbo. Elena también llora mucho, pero cuando nos peleamos. Dice que no lo puede evitar, que es llorona.
Mi compañero se va del balcón y yo me siento solo, quiero llamarlo, decirle que hable de lo que vuelva, pero mis palabras son caprichosas y consentidas y se niegan a  salir.
Rosebud, Rosebud...
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