martes, 29 de mayo de 2012

Más John Wayne, menos Joaquín Sabina

"Who the hell is John Wayne?"
Dudo que nadie haya escrito una línea de diálogo en la que se exprese con tanta rotundidad el fin de la Civilización Occidental (apocalíptico estoy hoy). Es de Battle: Los Angeles con un final (militarista) que me encanta: cuando se escucha por radio a un piloto que se inicia la reconquista de L. A. (no me gustan las victorias en el cine, pero me emociona la resistencia, el comienzo de la reconquista: La fortaleza escondida, La Guerra de las Galaxias, esta Batalla: Los Ángeles muy inferior. Cuando ganas la guerra, el malo ya no es el otro: eres tú. Tú eres Darth Vader).

John Wayne no fue Chuck Norris, aunque sí como director (la pésima Boinas verdes) y en la realidad.
¿Quién fue John Wayne?
El actor de Howard Hawks y John Ford se enamoraba de su cuñada y dudaba si matar o no a su sobrina, Natalie Wood (ahora india), tras una búsqueda tan larga como el regreso a casa de Odiseo. Y vence el abrazo amoroso a la estrangulación asesina. "¿Cómo puedo odiar a John Wayne y a la vez amarlo en el último rollo de Centauros...?", entre sollozos un joven Godard.
John Wayne regaba cada noche el jardín de su difunta esposa y le hablaba de los vivos: de esa joven que le recordaba tanto a ella.
John Wayne quemaba la casa que construyó para su amada cuando ella prefirió a otro. Y salvó a ese otro a pesar de que no solo perdía a la chica, sino también la época en la que las pistolas hablaban y los hombres callaban. Y él era la pistola.
John Wayne conservaba cuidada y preparada la pistola de su amigo borracho esperando que este se recuperara para devolvérsela.
El catolicismo se inventó para que John Wayne cogiera entre sus manos agua bendita de la pila y  Maureen O'hara se persignara.
También era el hombre (no The Man: casi nunca representó la máxima autoridad e, incluso, de viejo en sus papeles tuvo algo de rebelde) que jamás pedía ayuda (aunque la encontrara de un borracho, una corista/jugadora, un viejo... o se escuchara una lejana trompeta y apareciera el Séptimo de Caballería).
Ocultar a John Wayne supone avergonzarse del pasado occidental (hay mucho de que avergonzarse, la verdad) y su desconocimiento por parte de nuestros escolares lo veo como un drama. ¿Qué importa Leonidas o El Cid o Nelson? ¿Para qué mentar a Locke, Bartolomé de las Casas y Florence Nightingale?
"Siempre fue un pelotón de soldados el que salvó la Civilización...", aprendimos de Spengler o de Soldados de Salamina (a saber). Y John Wayne fue el soldado por excelencia.

Religión, manualidades... conocimientos esteriles; matemáticas, literatura... conocimientos baldíos de una generación que, por el contrario, aprendió todo de las letras de Joaquín Sabina. Aunque el cantautor (palabra horrible "cantautor") también bebiera whiskey sin soda, la suya fue la peor lección que puedes aprender de niño: sin drogas desaparece el talento. En tu tierna infancia o en tus primeros escarceos con las drogas y descubres que tu cantante favorito (ese que a veces no sabías si la frase era tuya o lo citabas o si colaba una estrofa en la carta a aquella noviecita; el que alcoholizado cantabas a pleno pulmón o deprimido lo musitabas) una vez que se deja las drogas y se convierte en socialista (¿causa-efecto? te dejas las drogas, pierdes la inspiración, te arrimas a un partido que es Poder) su obra da grima. Por no hablar del sabinismo como enfermedad de casi cualquier letrista. En 1992 sacó su mejor disco Física y Química; con Esta boca es mía y Yo, mi, me contigo (1994 y 1996) continuaba la inspiración. El 19 días y 500 noches se sobrevaloró y, a partir de ahí, discos que producen vergüenza ajena. ¡Hasta los que padecen el mal del sabinismo han mejorado al Sabina! (y nos dejamos auténticos letristas como Acho Estol y La Chicana con un disco tan estupendo como su título: Revolución o Picnic).
"Who the hell is John Wayne?": el epitafio de una civilización... gracias a Dios sin música del Sabina.

¿En sus pesadillas imaginó Joaquín Sabina que Pastillas para no soñar se haría realidad para él?



John Wayne, The Duke, en la Academia de Hollywood en 1978: su único Oscar en 1970 por Valor de Ley se lo entregó Barbra Streisand















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