domingo, 23 de septiembre de 2012

Darío Paz, dramaturgo sirio exiliado, habla de su obra y del sufrimiento de su pueblo: Los cuentos de una azucena (Sáusana) rebelde de Homs


Némer Salamún, en el escenario, con su hija

Darío Paz (Némer Salamún) se encuentra en Caravaca. Es un reconocido dramaturgo.
Escapó de su país Siria hace ya cinco meses con su mujer y su hija. Originario de Homs, la ciudad mártir, vivía (y allí viven todavía sus familiares) en Damasco. Tras un tiempo en Madrid (antes de la guerra del Dictador contra su pueblo en Siria, vivió una temporada en Segovia), se ha instalado en Caravaca. «En Caravaca sientes que estás contigo mismo. No hay aglomeraciones. He vuelto a escribir y hacía tiempo que no lo hacía». Pero en Caravaca como en Madrid no hay trabajo: «Cuando no hay trabajo, te dan ganas de emigrar aunque sea al infierno». Antes de hablar de su obra, de las dificultades que encuentra para representar el drama o la tragedia siria en España, le preguntamos por las últimas noticias de Siria.

—¿Cómo es Homs, su ciudad natal?
—Ahora solo viven los mártires. Quien ha podido ha huido a Jordania, Arabia Saudí, Líbano… Homs era una ciudad que se parecía a la española de Lepe, siempre haciendo chistes. Es una ciudad muy culta, pero ha sido muy machacada, entre otras razones porque el padre del actual Dictador dio un golpe de estado contra el anterior presidente, que era de Homs. Antes era la tercera o cuarta ciudad del país, ahora no hay ciudad.
—¿Cree que los medios españoles reflejan la realidad de Siria?
—Hay una ignorancia terrible en España y en los medios internacionales. Unos nos ignoran al pueblo. ¿Por qué Libia sí y nosotros no? Y otros parecen tratar de convertir en inocente al tirano, parece que quieren que siga cuando ha matado a treinta mil personas y hay cientos de miles de desplazados. Estoy enfadado, no veo que los que salieron a protestar contra la guerra de Iraq lo hagan ahora por Siria. Nadie nos ayuda, me refiero al pueblo. Dicen: vamos a intentarlo. Pero tal vez dentro de un año no exista Siria.
—En Occidente se dice que sin el Tirano comenzarán las luchas religiosas.
—Esto nunca ha sido así en Siria. En el Líbano sí. De hecho, el tirano es alauita y está casado con una sunita. Yo soy sunita y estoy casado con una cristiana. Mis amigos de juventud todos eran cristianos drusos. En Siria no preguntamos. Los problemas entre etnias son mentira o, en todo caso, los está creando el Tirano con el objetivo de divide y vencerás.
—Aquí también se habla de disensiones entre los sirios del exilio y los del interior.
—Nadie combate fuera. Yo puedo manifestarme aquí, en Madrid, pero tengo mi gente a la que pueden atacar en Damasco. Y así muchos. Los luchadores combaten en Siria o viven el día a día en Siria: luchando contra el miedo, contra los bombardeos, sabiendo que puedes morir si sales a comprar el pan…
—Su última obra es Los cuentos de una azucena rebelde de Homs, ¿qué pretende con esta obra?
—La hice para protestar. La postura de un artista que quiere hacer algo por su país y no puede por la represión que vivimos hace cuarenta y tres años.
—¿Es una obra que se entendería fuera del contexto sirio?
—Es universal, cuando tengamos democracia en Siria seguirá sin haber democracia en China o en Rusia, que es una dictadura con forma de democracia.
—¿En qué consiste la obra?
—Es más bien la historia de mi hija. Nació el día 14 de marzo de 2011, un día antes de la revolución. Me inspiré en esto. Habla de una niña que nada más nacer en lugar de gozar de la vida escucha gritos de manifestaciones, llantos… Aunque acaba de nacer, le pregunta a su padre por lo que escucha. Y el padre para calmarla le cuenta cuentos tradicionales como Caperucita… Pero la niña, cuando duerme, ve otra realidad. El cuento de Caperucita sí, pero una Caperucita detenida, maltratada, mártir… Ella empieza a invitar a su padre a sus sueños para que le explique la versión que a ella se le aparece…
—¿Ha presentado ya este espectáculo?
—Lo presenté en Alejandría. Después no he podido. Por un lado me dicen en España que no tienen dinero (aunque no cueste nada) y por otro lado las asociaciones a las que lo he presentado (no diré cuáles) tienen miedo. Yo ya no entiendo nada: no sé si España está con el tirano o en contra del tirano o, peor, le resulta indiferente. Sé que la crisis económica es muy fuerte, pero lo que pasa hoy en Siria podría pasar un día en Caravaca.
—¿Qué medios económicos requiere la obra?
—Escasos. Solo mi hija y yo en el escenario contando los cuentos. El vestuario, los decorados, todo lo tengo yo. A veces me dicen buenas palabras, pero se quedan en buenas palabras. Eso sí, muchas de estas asociaciones luego tienen dinero para conferencias.
—¿Es una comedia, un drama…?
—Es cómica, pero con un humor negro. Tiempo de llorar por lo que está pasando, pero también de reír. Es una obra flexible. Yo no memorizo los cuentos, a veces el público tiene que subir conmigo a participar, a completar la obra. No me gusta atarme a un guión. Creo que si no hay errores, no hay espectáculo.
—¿Son universales los cuentos, los escribe para niños o adultos?
—A mí me gustan los cuentos que tienen un doble sentido, que lo entiendan los mayores. También he hecho Cuentacuentos para niños. Pero prefiero los de adultos, que Disney ha infantilizado. Y claro que son universales, cuando hacía teatro en Segovia y contaba un cuento palestino se me acercaba alguien y me decía que era gallego. ¿Cuál vino antes el gallego o el palestino o de cualquier otro pueblo? Hay diferencias, pero los cuentos responden a una necesidad que tenemos todos los humanos.
—¿Quiere representar esta última obra en Caravaca? ¿Qué proyectos tiene?
—Me gustaría, pero he hablado con la Concejal de Cultura para algo más ambicioso. Pero no me gusta hablar de proyectos hasta que no salen a la luz.
Termina la conversación Darío Paz explicándome que puede hablar todos los días con su familia, indicándoles a veces por las noticias donde el Régimen va a lanzar una ofensiva criminal. Sin embargo, la falta de dinero le impide ayudarles a escapar. Antes de terminar, lanza una reflexión. «Hablo, hablamos del compromiso del artista, de que mueren muchos, pero el artista no es más importante que el resto de la gente, que esos treinta mil muertos a los que se siguen sumando más y más mientras hablamos».
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