«Quiero que las masas de Rusia
sigan un modelo comunista de pensamiento y reacción […] Tenemos que abolir el
individualismo», parece que le explicó Lenin a Pavlov en octubre de 1919 cuando
visitó su laboratorio.
Otros periodistas, que procuran
mantener la independencia (o ya no hay dinero para untarlos), se encuentran con
que el político de turno no concede ruedas de prensa. Todo lo más, manda un par
de declaraciones que no admiten quien las interpele. O responden a su
periodista de cámara exclusivamente, que antes sabe qué toca y qué no toca.
Empezaron presidentes, después ministros hasta descender en la cadena
alimenticia a los alcaldes y concejales. ¿Qué hacer? ¿Recoger una información
sesgada porque los lectores tienen derecho a saber? ¿Ignorarla porque cualquier
declaración publicada sin posibilidad de réplica contribuye a difundir
propaganda? Entre esos dos extremos se mueve el periodismo reciente.
Existe un largo trecho entre el
proyecto totalitario de los dirigentes comunistas que prohibieron todos los
medios cuando asaltaron el poder, la
gratificada prensa catalana y el Alcalde que no sabe, no contesta (o solo lo
que le interesa). Pero en los tres casos una sociedad desinformada es
imprescindible para perpetuarse en el poder.
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