lunes, 8 de octubre de 2012

Independencia; Illa, Illa, Juanito Maravilla: Nacionalismos de la derrota y nacionalismos de victoria

"Me duele España", afirmaba (don) Miguel de Unamuno, muy en plan drama queen.
Y lo recordaba el domingo de madrugada cuando leí que los gritos de independencia en el campo del Fútbol Club Barcelona se intensificaron (o comenzaron) en el minuto dieciesiete a los cuarenta y cuatro segundos (17:44), año en el que los catalanes (los que apostaron por el caballo perdedor austracista) consideran el inicio del fin de su independencia.

En el minuto 7, en el Bernabeu, se recuerda al fallecido Juanito con el ya famoso "Illa, illa, Juanito Maravilla", lo que viene a constatar que las estrategias para enardecer a las masas futboleras y a las masas patrióticas no difieren apenas.
El nacionalismo se alimenta (lo alimentan los políticos y lo amplifican los mass media que se suman -previo pago o por amor- a la causa) del resentimiento, de agravios reales o ficticios de un pasado lejano.
Existen dos tipos de nacionalismo a) los que conmemoran una derrota y b) los que celebran una victoria. Y luego está el español, que no tiene fecha que celebrar (yo propuse el día que en Tassotti hizo llorar a Luis Enrique (y a muchos que éramos niños con él) en cuartos de final del Mundial EEUU 1994).
Barça-Madrid (banderas independentistas en el Camp Nou)

Entre los nacionalismos tipo a) encontramos el catalán y su "derrota" de 1744 y el serbio y su derrota de 1389 contra los turcos otomanos (de la que tomaron venganza contra sus descendientes -aunque probablemente compartan los mismos genes- musulmanes bosnios y kosovares más de seiscientos años después). Excelente David Rieff y su Contra la memoria ("En las colinas de Bosnia aprendí a odiar pero sobre todo a temer la memoria histórica colectiva. En su apropiación de la historia, que ha sido mi pasión más sostenida y mi refugio desde la infancia, la memoria colectiva logra que la historia misma se parezca más que a nada a un arsenal lleno de armas necesarias para mantener las guerras o hacer de la paz algo tenue y frío).
Nacionalismos del tipo b), por ejemplo, el francés que celebra, como día nacional, el 14 de julio de 1790, día de la toma de la Bastilla; o el estadounidense con el 4 de julio (Declaración de Independencia de 1776).
La batalla de Kosovo (Adam Stefanovic, 1870)
Por los antecedentes, podríamos hablar de un nacionalismo sombrío el primero (el de los que celebran la derrota) y luminoso el segundo (el de la victoria), aunque no sería justo, ya que los nacionalistas de tipo a) o no tienen Estado propio, como los nacionalistas catalanes, o han recuperado recientemente la libertad (tras el nazismo y el comunismo) como los serbios y una vez recuperada se han dedicado con ahínco a masacrar a sus vecinos. Además, el nacionalismo de tipo b) como el francés ha dado en acabar, sobre todo a partir del caso Dreyfuss, en el racismo moderno seudocientífico (antes incluso que el alemán) y Norteamérica (con Dios de su parte) y su destino manifiesto que plantea la historia (esa unión de evangelicos y católicos) como una lucha entre Dios (de su parte) y el Diablo (ahora musulmán).
Cuando (si) los ciudadanos catalanes opten por la secesión, ¿cambiarán la fecha a celebrar, del día de una derrota, la de 1744, por la de una victoria, la del día x en que consigan en las urnas tan ansiada independencia?
Aunque cualquier nacionalismo (ya sea étnico o cultural o una argamasa de ambos), requiere una dosis de victimismo pasado y una dosis de amenaza a su homogeneidad futura, para los gobernantes siempre es preferible el del tipo que conmemora derrotas. Así puede utilizarse ese recurso para explicar (balbucear, y que se lo trague quien no tenga más entendederas) por qué el político no resuelve los problemas reales de sus conciudadanos.
Miren el ejemplo catalán de Artur Mas: quien ha realizado las políticas más antisociales de España (claro preludio de las del Partido Popular), pero por lo que se ve en las encuestas, ha convencido a sus compatriotas de que él es el más adecuado para gestionar la independencia echando las culpas a un Gobierno de su mismo signo conservador que le ha aprobado todas las leyes en el Parlamento catalán y al que ha secundado en casi todas las leyes en el Parlamento español. Lo mejor que le puede pasar a las clases dirigentes catalanes que gestionan los sentimientos de las masas es que dejen a España un trocito de territorio, a la manera de Gibraltar.
Rajoy, en plena tormenta de manifestaciones, sobre el Peñón: "hemos perdido ya demasiados años". No sé si en su caso coló (me da que no, viendo su caída libre en las encuestas) pero siempre viene bien poder apelar al patriotismo futbolero o farlopero, tanto monta monta tanto.

Illa, Illa, Illa, Juanito Maravilla



Independencia en el Camp Nou





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