Años fugitivos. Crónica personal de Moratalla
son los artículos escogidos que ha publicado en El Noroeste el escritor
de Moratalla Pascual García desde el año 2007 hasta el 2011. «Los
escribí para mi gente, aunque espero que cualquier otro lector pueda
hallar en ellos vivencias comunes y la complicidad que el escritor
necesita para ver culminada con un éxito relativo su empresa», explica
el autor sobre esta obra con la que Gollarín inicia su andadura tomando
el relevo de Ediciones Gollarín.
El autor presentará Años fugitivos (libro que ya se encuentra en todas las librerías de la comarca) el lunes día 2 de abril a las 20:30 horas en el salón de actos del Ayuntamiento de Moratalla.
—¿Por qué la elección del título Años fugitivos?
La expresión pertenece a una cita de
Marcel Proust que va al frente del libro, pero es evidente que el
argumento de la obra es el pasado, la infancia y un tiempo que
irremediablemente se ha ido, pero no se ha ido solo como se van todas
las cosas y todas las personas, sino que parece que se haya convertido e
un personaje oscuro, en un furtivo y se haya fugado de mi propia
memoria para siempre. Tengo la impresión de que estas escenas, las
anécdotas que cuento y las personas a las que me refiero anden en algún
lugar de los días pasados como expulsadas de un paraíso particular; de
ahí que no sean solo años idos, sino más bien, años huidos, perdidos o,
como el propio título indica, fugitivos.
—¿Comparte aquella frase de Rilke de “la verdadera patria del hombre es la infancia”?
—Yo creo que para bien o para mal,
nuestra vida se divide en dos partes, la primera, ésa que nos sucede
hasta que tenemos pleno control de nuestra existencia, transcurre de una
manera casi inconsciente, sin que podamos hacer nada por modificarla y
sin conciencia de lo que está pasando; en la segunda parte, nos
dedicamos a reflexionar y a recordar aquellos días que se nos fueron de
las manos sin apercibirnos. De modo que la infancia se vive y se
recuerda, pero eso no quiere decir que sea un paraíso, como anuncia el
tópico, en ocasiones y, según en qué momentos, puede ser un verdadero
infierno.
—¿Cómo surge la idea de escribir la serie de artículos para El Noroeste que ahora se recogen con el título Años fugitivos. Crónica personal de Moratalla?
—Hay un artículo casi al principio del libro, que nace como un homenaje a mi amigo Joaquín, Falta uno de nosotros,
en el que cuento el duelo, la reunión de los amigos, los lazos
personales con el barrio, el origen humilde de todos los que acudimos a
su velatorio en una noche de invierno y la importancia de aquellas
calles en nuestra vida. Es entonces cuando me doy cuenta de que allí
puede estar el germen de una serie de textos que, no siendo un libro de
memorias en puridad, conjuguen el tiempo del final del Franquismo y la
Transición, en un barrio pobre de un pueblo pequeño; la aventura de las
calles, los juegos, las gentes, las costumbres, los callejones y la
intemperie del trabajo duro y de un futuro nada esperanzador. Sin
olvidar la familia y mi propio aprendizaje vital.
—¿Cómo decidió qué artículos publicar en este libro y qué fotografías seleccionar?
—He llevado a cabo una selección muy
rigurosa, porque escribí casi trescientos artículos y de todos he
seleccionado la tercera parte, intentando combinar el testimonio de una
época, el sentido del humor, la calidad literaria y el interés no solo
para mis vecinos y paisanos, sino también para cualquiera que se acerque
al libro con el ánimo de disfrutar de una obra que recrea una época muy
concreta de la historia cotidiana de este país, de lo que Miguel de
Unamuno llamaba la intrahistoria, con voluntad de hacer literatura. En
cuanto a las fotografías, han sido un regalo de mis amigos José Jesús
Sánchez Martínez y Gustavo Romera Marcos, además de la foto de mis
abuelos que es del archivo familiar, y todas ellas están relacionadas
con el contenido, en algún momento, de los textos del libro.
—¿Ha marcado de algún modo el paisaje de Moratalla y sus gentes su manera de escribir?
—Absolutamente, por supuesto. Mi obra,
toda ella, las novelas, los poemarios y los libros de relatos, han
salido de la entraña de esta tierra, de su paisaje y de su manera de ser
y no podrían ser entendidos en otro lugar, al menos no del mismo modo.
No lo he hecho de un modo consciente, pero con el paso de los años me he
ido convenciendo de que me fui de Moratalla, entre otras cosas, para
poder escribir con cierta distancia de ella, de su realidad y de su
mito, y que es eso lo que he estado haciendo en estos últimos treinta
años.
—¿Y su manera de vivir?
—Hace más de tres décadas que salí de mi
pueblo, aunque no he parado de volver de una manera intermitente, pero
los primeros valores, los que cuentan de verdad, esa primera luz que nos
sorprende, porque es la luz del mundo, siguen estando en aquellos días
de la infancia y en aquellas calles del barrio de El Castillo en
Moratalla. Luego mi trabajo me ha llevado por diversos sitios, he leído
algunos libros y he conocido a mucha gente; he publicado una docena
larga de títulos y tengo una familia a la que adoro. Pero los que me
conocen en Murcia saben que he nacido en Moratalla y que sigo
escribiendo sobre ese ámbito, porque es el que verdaderamente me
interesa; en el fondo, es el único que me importa. Pero aunque en este
libro he partido de lo particular, del barrio y del pueblo, yo creo que
la trascendencia es mayor y lo que pretendo es que pueda entenderse en
cualquier sitio, en cualquier época y por cualquier persona, no solo en
el pueblo del que surge. Así fueron concebidos En busca del tiempo perdido, Don Quijote de la Mancha o La Metamorfosis. A mucha distancia, mi libro no renuncia tampoco a lo universal.
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