¿La Naturaleza humana es siempre la misma con independencia del entorno o el lugar en el que se desenvuelva?
A esta pregunta trata de responder Peter Watson (basándose en los estudios más recientes de la arqueología, la lingüística, la genética, la botánica…) en su ensayo La gran divergencia. ¿Por qué habían evolucionado de manera tan distinta Viejo y Nuevo Mundo hasta la llegada de Colón en 1492 a América? En pocas palabras, el Viejo Mundo lo determinó en un principio el debilitamiento del monzón, los cereales, los mamíferos domesticados y el pastoreo, el arado y la tracción animal, la monta, los megalitos y el alcohol. Mientras que los rasgos que determinan el Nuevo son El Niño, los volcanes y terremotos, el maíz, la patata, los alucinógenos, el tabaco, el chocolate, el jaguar y el bisonte.
Pero el libro de Peter Watson, centrado en las diferencias, no juzga, moral o estéticamente, ese otro mundo e, incluso, se advierte cierta simpatía. ¿Cambiaron los europeos sus escasos alucinógenos por el vino para no caerse del caballo domesticado? ¿Cómo pueden conformarse por igual la sociedad del Nuevo Mundo, que consumía entre ochenta y cien especies diferentes de plantas psicoactivas, y la del Viejo Mundo que no tenía más de ocho o diez?
Ahora que se pretende, o se especula sobre la posibilidad de recuperar el neandertal, ¿no deberíamos fijarnos antes en esa otra cara de la Humanidad cuya evolución fue truncada? Todo encuentro cultural, por muy aventurero y asombroso que sea, implica desconcierto y choque psicológico, conflicto o incomprensión.
También en nuestra época, cuando el viaje no se produce de Europa a América, sino de otros continentes hacia Europa. Pero si el libro de Peter Watson se centra en las divergencias es porque las semejanzas están suficientemente estudiadas y saltan a la vista: ayer y también hoy.
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