La historiadora Margaret MacMillan en 1914: de la paz a la guerra nos lleva de la mano de los contados protagonistas (reyes, políticos, militares, diplomáticos...) hasta los albores de la Gran Guerra, una para la que casi todos se preparaban pero que solamente unos cuantos deseaban (como el militar austrohúngaro Franz Conrad), pero cuyas decisiones (o el no tomarlas) la acercaban: "lo peligroso de cara al futuro fue que tanto el imperio austrohúngaro como Rusia se quedaron con la idea de que unas amenazas así podrían volver a funcionar. O bien con la de que -y esta resultaba igualmente peligrosa- la próxima vez no se echarían atrás". escribe Margaret MacMillan sobre las primeras guerras balcánicas.
¿Por qué sucedió?
MacMillan va señalando esos puntos de inflexión (la carrera armamentística, sobre todo naval, entre Gran Bretaña y Alemania; la derrota rusa contra Japón; las alianzas defensivas que para la otra parte pudieran tomarse como ofensivas; el derrumbe en Europa del Imperio Otomano; las secuelas de la guerra francoprusiana; el asesinato Francisco Fernando, más cauto que el anciano emperador; incluso que el vilipendiado Rasputín, partidario de la paz, no estuviese con el zar) hasta "el empujón decisivo hacia la guerra duró poco más de un mes: entre el asesinato del archiduque austriaco en Sarajevo el 28 de junio y el estallido en Europa de una guerra generalizada el 4 de agosto".
¿Se pudo evitar? A esta segunda responde con su famoso "siempre hay otras opciones".
¿Quién fue el culpable?
Esta pregunta a la que trata de responder sobre todo ha tenido una gran importancia histórica, ya que los vencedores encontraron culpables a Alemania y al Imperio austrohúngaro y las obligaron en Versalles a pagar unas reparaciones que en parte condujeron a la II Guerra Mundial (Margaret MacMillan ya dedicó un libro a la Conferencia de Versalles en el tono muy parecido a este: París, 1919, que reseñé aquí).
MacMillan va señalando esos puntos de inflexión (la carrera armamentística, sobre todo naval, entre Gran Bretaña y Alemania; la derrota rusa contra Japón; las alianzas defensivas que para la otra parte pudieran tomarse como ofensivas; el derrumbe en Europa del Imperio Otomano; las secuelas de la guerra francoprusiana; el asesinato Francisco Fernando, más cauto que el anciano emperador; incluso que el vilipendiado Rasputín, partidario de la paz, no estuviese con el zar) hasta "el empujón decisivo hacia la guerra duró poco más de un mes: entre el asesinato del archiduque austriaco en Sarajevo el 28 de junio y el estallido en Europa de una guerra generalizada el 4 de agosto".
¿Se pudo evitar? A esta segunda responde con su famoso "siempre hay otras opciones".
¿Quién fue el culpable?
Esta pregunta a la que trata de responder sobre todo ha tenido una gran importancia histórica, ya que los vencedores encontraron culpables a Alemania y al Imperio austrohúngaro y las obligaron en Versalles a pagar unas reparaciones que en parte condujeron a la II Guerra Mundial (Margaret MacMillan ya dedicó un libro a la Conferencia de Versalles en el tono muy parecido a este: París, 1919, que reseñé aquí).
"Puede que los líderes clave de Alemania como Bethmann no iniciaran deliberadamente la Gran Guerra, cosa de la que a menudo han sido acusados, entre otros por algunos historiadores alemanes como Fritz Fischer. Pero al dar por sentado su advenimiento y considerarlo incluso deseable, al entregar un cheque en blanco al imperio austrohúngaro, y al atenerse al plan de guerra que hacía inevitable que Alemania combatiese en dos frentes, los dirigentes alemanes permitieron que estallase la guerra". Aunque su relato es mucho más complejo que estas pocas líneas.
Margaret MacMillan, por encima de todo, es una excelente narradora, con unas pocas pinceladas es capaz de hacernos revivir a los protagonistas (no muchos) que llevarían a sus naciones (aunque la historiadora matiza muy bien las fuerzas que actúan sobre ellos, entre otras el auge del nacionalismo y la incipiente opinión pública) a ese momento del que dijo el ministro británico de Asuntos Exteriores Grey: «las luces se apagan en toda Europa; ya no volveremos a verlas encendidas en nuestros días».
Aunque se permita alguna incursión en la atmósfera intelectual desde finales del siglo XIX hasta el comienzo d ela Gran Guerra, repetimos: es una historia de personajes, ya que, señala en la Introducción: "Aun así, siempre estará al final esa minoría de generales, monarcas y políticos que, en el verano de 1914, tuvieron el poder y la potestad de decir sí o no. Sí o no a la movilización de los ejércitos, sí o no a las concesiones, sí o no a la ejecución de los planes elaborados por los militares. El contexto es crucial para comprender por qué fueron como fueron y actuaron como actuaron. No podemos, sin embargo, minimizar la importancia de las personalidades individuales". A los amantes de la Historia esta fórmula nos engancha, no tanto a otros historiadores, por ejemplo a Matthew Restall que criticaba esta forma de entender la Historia en el libro que reseñé en Los siete mitos de la conquista española.
El único fallo que le encuentro a 1914. De la paz a la guerra es que ocasionalmente la historiadora compara un hecho de esa época para la actual para una mayor comprensión del lector -¿pero y el lector que lo lea de aquí a cien años?- y un defecto en el que muchos caemos. Yo por ejemplo con un artículo titulado y extraído de una frase que repite la historiadora "siempre hay otras opciones".
PD. Aquí la reseña del ensayo de Margaret MacMillan Juegos peligrosos: usos y abusos de la Historia.
0 comentarios:
Publicar un comentario