El lunes 27 de enero el Gobierno
madrileño paralizó el proceso de privatización de seis hospitales y veintisiete
centros de salud. Una victoria de la Marea
Blanca en nombre de todos aquellos que creen que aquello de
“sanidad pública, no se vende, se defiende” es más que un eslogan. El 29 de
enero en Caravaca el PSOE mostraba un informe del Tribunal de Cuentas que
desmonta el único credo económico del PP: a saber, la gestión privada es más
eficaz y barata que la pública. Y su corolario: como el PP gobierna como una
empresa privada –y privatiza para sus amigos-, resulta mejor gestor de lo
público (o de sus restos). Lo que han favorecido el PP y gobiernos similares
(incluido el PSOE) es el llamado “capitalismo de casino” que nada tiene que ver
con el grueso del empresariado que, junto a sus trabajadores, crea riqueza; más bien es la excrecencia
que se genera cuando un gobierno permite que desaparezcan los controles
públicos.
Tal vez ese debate no corresponda
plantearlo en Caravaca, ni deba, con sus antecedentes, ser el PSOE quien plante
batalla. Pero qué lástima no haber ennoblecido en esta ocasión la política. Nos
quedan los plenos municipales, pero eso no es política, es la nada con considerables dosis de cinismo.
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