
Ángel Sanz Briz habló poco sobre esa experiencia mientras que Giorgio Perlasca no paró de hablar sobre ella, aunque tuvieran que darse varias circunstancias (sobre todo el éxito de la Lista de Schindler, novela y película) para que su historia despertara cierto interés y se convirtiese en canónica.
Contra esa memoria ya aceptada, se enfrenta Arcadi Espada en la segunda parte de "En nombre de Franco", trata de separar la leyenda de la verdad (la cita de El hombre que mató a Liberty Balance de John Ford que abre y cierra su libro). A Perlasca lo interpela. Impostore, le llama, y no dejo de pensar en El Impostor de Javier Cercas y en la polémica sobre fiction y faction entre Arcadi Espada y él.

Arcadi Espada en "En nombre de Franco" comienza su viaje, que lo llevará hacia los lugares donde el drama ocurre (Budapest, pero también Auschwitz, donde reflexiona sobre la memoria y el olvido (la memoria nos hace humanos pero el olvido nos permite sobrevivir como especie), la poesía antes o después de los campos de exterminio, y se pregunta lo que hizo o no el Gobierno de España y Ángel Sanz Briz y otros embajadores, la vida en Budapest, los límites de la protección; habla con descendientes de los actores tratando de separar realidad y ficción...; y una segunda parte, cuando Ángel Sanz Briz ya había abandonado Budapest temiendo la entrada de los comunistas rojos, desmontando la pretensión de Perlasca de que él se hizo pasar por el representante de España y gracias a su actuación se salvaron muchas vidas. "Hay algo, signore, que no podré perdonarle, se lo anticipo. El tratamiento que da en sus relatos a dos de los héroes de la embajada de España: el abogado Farkas y madame Tourné. Ninguno e los dos escribieron su crónica del invierno en Budapest. Pero, contrariamente a lo que sucedió con usted, los hechos y el relato de los otros hablan por ellos. La verdad es esta, escuetamente: en la crónica general del invierno nadie ni nada habla de Giorgio Perlasca. Con una excepción importante: usted mismo". Y muchas páginas antes: "Mucho antes del invierno de 1944 hubo allí una mujer que se dedicó en solitario a la tarea".
Ángel Sanz Briz escapó de Budapest -tras recibir órdenes de sus superiores, no era precisamente neutral el Gobierno de España, aunque en los estertores de la II Guerra Mundial tratase de aparentarlo-; no tenía la apostura del sueco Raoul Wallenberg ni su historia trágica; el franquismo, necesitado del petróleo árabe y sin reconocer al Estado de Israel, quiso publicitar su acción la de otros; Spielberg no narró su historia (al parecer se interesó por la de Perlasca antes de Schindler) y, como le cita Diego Carcedo en un ensayó que reseñé y que me decepcionó, Los españoles que plantaron cara al Holocausto, exclamó: "Sanz-Briz puede asumir lo que estime oportuno, pero España, no. Violar la inmunidad de una persona protegida por España es algo que España no se puede permitir".
Incómoda verdad que en un Régimen franquista de notorios antisemitas y arribistas (Cesar González Ruano, El marqués y la esvástica, fue ambas cosas) hubiese también quienes -pocos- conservasen la memoria de Sefarad y quienes ayudasen a unos pocos judíos a escapar del extermino... la mayoría en nombre de Franco.
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