Hablaba el otro día con un amigo de una película que tuvo cierto éxito, Leyenda Urbana, y de otra similar
que narraba las peripecias de jóvenes universitarias en Europa del Este. Anécdotas, sucesos y leyendas (aunque no las de teenagers norteamericanos transformados en psicópatas homicidas) propias de la vida estudiantil y juvenil que pasan de generación en generación y valen ahora igual que cuando estudiábamos.
Para empezar, todos tuvimos (o nuestro mejor amigo tuvo) unas vecinas calentorras que estaban siempre en el piso, como si vivieran en él ; otra vecina ya mayor indignada por la música estridente, las entradas y salidas a deshora y, sobre todo, por los piojos de la barba ; y un compañero de piso ladrón, borracho o drogadicto. Asimismo, cada hijo de vecino ha tenido su propio camello, personal e indivisible, siendo frecuente hallar papel de fumar debajo de la cama, en una chaqueta que no vistes desde el invierno pasado o, incluso, señalando la página que por la que te has quedado de esa novela decimónica.
Pero mis leyendas favoritas, generalmente, tienen que ver con la convivencia en el piso. Aquella, por ejemplo, de dos compañeros que se llevan tan mal que no se dirigen la palabra y procuran no coincidir en las habitaciones comunes. Uno de ellos no ha aparecido en varias semanas, pero como es normal que se rehuyan, el otro no le concede importancia a su ausencia hasta que un olor extraño, irrespirable, proveniente de la habitación de su compañero le obliga a forzar la puerta: dentro lo encuentra muerto. Los estudiosos de las películas de terror adolescente, que nacieron en las décadas de los 70 y 80, han descubierto en éstas un mensaje reaccionario : siempre muere la joven casquivana que se pasea durante la película bastante ligera de ropa, mientras que la heroína es virgen, modosita y buena estudiante Las modernas historias acerca de estudiantes sabelotodo invierten estos valores, porque también son introvertidos, demuestran un deseo sexual infantil o enfermizo y se exigen obsesivamente alcanzar la perfección ; como consecuencia lógica terminan realmente mal.
Por ejemplo, quién no ha escuchado la historia del estudiante que no vivía más que para estudiar, incluso ridiculizaba a sus profesores, pero que un día acabó loco, en un psquiátrico, debido a la falta de sueño, de comida, a las muchas pastillas que consumía para rendir más. La historia es conocida. Se puede aderezar un poco si se quiere asegurando que cayó en manos de una secta o terminó por deificar a su camello. Incluso, está el caso de aquel estudiante brillante en el instituto, protegido excesivamente por sus padres, que cuando llegó a la universidad y le llegaron aires de libertad quiso probarlo todo y todo le sentó fatal. Estas historias, su mensaje, pretenden que nadie sobresalga, hacen virtud de las limitaciones, porque son consoladoras de la propia mediocridad; sin embargo, no debemos olvidar que cuando desarrollamos de una manera especial ciertas facultades solemos dejar incompletas otras.
Estas leyendas son idénticas o parecidas en toda España. Hice la prueba con un amigo de Granada y nos sorprendió descubrir que los dos tuvimos vecinas calentorras, un camello que nos hacía esperar, un conocido nuestro que acabó loco de tanto estudiar, un espejismo rubio que duró todo un jueves noche, etc. Si se juntan varios amigos hagan la prueba, verán como encuentran otras muchas anécdotas o leyendas no exclusivamente suyas, sino que ya forman parte de la memoria colectiva de los estudiantes universitarios y de los jóvenes en general.
que narraba las peripecias de jóvenes universitarias en Europa del Este. Anécdotas, sucesos y leyendas (aunque no las de teenagers norteamericanos transformados en psicópatas homicidas) propias de la vida estudiantil y juvenil que pasan de generación en generación y valen ahora igual que cuando estudiábamos.
Para empezar, todos tuvimos (o nuestro mejor amigo tuvo) unas vecinas calentorras que estaban siempre en el piso, como si vivieran en él ; otra vecina ya mayor indignada por la música estridente, las entradas y salidas a deshora y, sobre todo, por los piojos de la barba ; y un compañero de piso ladrón, borracho o drogadicto. Asimismo, cada hijo de vecino ha tenido su propio camello, personal e indivisible, siendo frecuente hallar papel de fumar debajo de la cama, en una chaqueta que no vistes desde el invierno pasado o, incluso, señalando la página que por la que te has quedado de esa novela decimónica.
Pero mis leyendas favoritas, generalmente, tienen que ver con la convivencia en el piso. Aquella, por ejemplo, de dos compañeros que se llevan tan mal que no se dirigen la palabra y procuran no coincidir en las habitaciones comunes. Uno de ellos no ha aparecido en varias semanas, pero como es normal que se rehuyan, el otro no le concede importancia a su ausencia hasta que un olor extraño, irrespirable, proveniente de la habitación de su compañero le obliga a forzar la puerta: dentro lo encuentra muerto. Los estudiosos de las películas de terror adolescente, que nacieron en las décadas de los 70 y 80, han descubierto en éstas un mensaje reaccionario : siempre muere la joven casquivana que se pasea durante la película bastante ligera de ropa, mientras que la heroína es virgen, modosita y buena estudiante Las modernas historias acerca de estudiantes sabelotodo invierten estos valores, porque también son introvertidos, demuestran un deseo sexual infantil o enfermizo y se exigen obsesivamente alcanzar la perfección ; como consecuencia lógica terminan realmente mal.
Por ejemplo, quién no ha escuchado la historia del estudiante que no vivía más que para estudiar, incluso ridiculizaba a sus profesores, pero que un día acabó loco, en un psquiátrico, debido a la falta de sueño, de comida, a las muchas pastillas que consumía para rendir más. La historia es conocida. Se puede aderezar un poco si se quiere asegurando que cayó en manos de una secta o terminó por deificar a su camello. Incluso, está el caso de aquel estudiante brillante en el instituto, protegido excesivamente por sus padres, que cuando llegó a la universidad y le llegaron aires de libertad quiso probarlo todo y todo le sentó fatal. Estas historias, su mensaje, pretenden que nadie sobresalga, hacen virtud de las limitaciones, porque son consoladoras de la propia mediocridad; sin embargo, no debemos olvidar que cuando desarrollamos de una manera especial ciertas facultades solemos dejar incompletas otras.
Estas leyendas son idénticas o parecidas en toda España. Hice la prueba con un amigo de Granada y nos sorprendió descubrir que los dos tuvimos vecinas calentorras, un camello que nos hacía esperar, un conocido nuestro que acabó loco de tanto estudiar, un espejismo rubio que duró todo un jueves noche, etc. Si se juntan varios amigos hagan la prueba, verán como encuentran otras muchas anécdotas o leyendas no exclusivamente suyas, sino que ya forman parte de la memoria colectiva de los estudiantes universitarios y de los jóvenes en general.
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