“Es cierto que los hombres
piensan en masa; y se comprobará que enloquecen en masa, pero solo recuperan la
cordura lentamente y de uno en uno”,
escribió Charles MacKay en un lejano siglo XIX pero parece que se dirigiera a
esta sociedad conectada a la Red,
con un comportamiento de parte de sus miembros tan gregario que hubiera
fascinado a los teóricos de la psicología y la sociedad de masas, disciplinas
que nacieron para estudiar la
Alemania nazi.
Continuando con recomendaciones
veraniegas, en este caso, merece la pena volver a dos películas que firmó uno
de esos exiliados de Hitler, el director Fritz Lang: la primera sobre un hombre
culpable linchado por la masa (M, el Vampiro de Düsseldorf, 1931) y la segunda
sobre un inocente al que trata de quemar una turba (Furia, 1936): ambas obra
maestras, si bien a la última la emborrona ese final made in Hollywood.
Hace unos meses la socialista
Elena Valenciano abandonó twitter porque su cuenta se había convertido en una escalera
de vecinos mal avenida. Peor aún lo vivió McAlpine en Inglaterra: tras
anunciar la BBC
que desenmascararía por pederastia a un conocido político conservador; en las
redes sociales se le acusó a él… falsamente. ¿Quién le devuelve el honor?
¿Quién a esa Katharina Blum que noveló Heinrich Böll y llevó a la gran pantalla
Volker Schlöndorff?
En el mejor de los casos la Red permite a un músico que no
sale de su aldea de Galicia, como Emilio José, realizar canciones más avanzadas
que en el mismísimo Brooklyn; en el peor vomitar anónimamente todas tus
frustraciones.
Para el periodista resulta un útil
instrumento de trabajo: la Red
se ha convertido en una “república de los rumores” –algunos ciertos, otros no-
que el reportero debe verificar para distinguir entre informaciones veraces e
intoxicaciones interesadas. Ambas por desgracia (o fortuna) multiplicadas por el gregarismo
del hombre esponja que hoy absorbe la
Red como ayer hiciera con la Biblia.
Amén.
Ourense, de Emilio José
Ourense, de Emilio José
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