viernes, 19 de marzo de 2010

Rebelión e intromisión

Esperanza Aguirre es una comediante nata: tanto que uno espera siempre con simpatía sus próximas actuaciones. Debaten los parlamentarios catalanes sobre prohibir o no el toreo y ella lo declara Bien de Interés Cultural. Mientras, privatiza la enseñanza y la educación. Pero subvencionar los toros no parte su corazón de «liberal». Días después interpreta otro papel, el del teniente coronel Riego sublevándose contra Fernando VII – Zapatero, y llama a la rebelión contra la subida del IVA. ¿No es un contubernio de socialistas e independentistas el que va a desmembrar España? Por si acaso ella pone su granito de arena. Tal vez recordó las lecturas de juventud de Menéndez Pelayo, el retroceso de España «al cantonalismo de los arévacos y de los vetones, o de los reyes de taifas», y se ha adelantado en Madrid a la desbandada general. El PP ve esta rebelión simbólica, por no decir de broma. Pero qué gran broma nos ha gastado esta mujer que de Ministra de Deseducación tiene todas las papeletas para llegar a ser Presidenta de Gobierno.
En el otro lado del banco, el Partido Socialista sigue demostrando lo claro que tiene aquello de la separación de poderes, el rollo ese que nos soltaban de Montesquieu de chicos. José Luis Rodríguez ya declaró cuando se celebraba un juicio contra De Juana Chaos que su condena no era oportuna para el proceso de paz con ETA, presionando así a los jueces. Ahora que el Supremo ha imputado al juez Garzón como prevaricador, destaca la valentía de este. Palabras además banales cuando todos sabemos que él y otros jueces de la Audiencia viven con escolta amenazados por terroristas y narcotraficantes. El Presidente debió hablar de su propia falta de valentía: la de no derogar la Ley de Amnistía si es lo que exigía su electorado y su conciencia. Pergeñó en su lugar la de Memoria Histórica que no ha contentado evidentemente a los otros, pero tampoco a los suyos. Prueba de ello es que varias asociaciones de familiares de asesindos tuvieron que recurrir a Garzón para que se hiciera justicia. Pero ésta no puede depender de la valentía (o prevaricación) de un solo hombre.
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