Hubo un tiempo en que el cine se consideraba arte, en que sus amantes mostraban con virulencia sus filias y fobias (Buñuel acudió a la proyección de El Perro Andaluz con los bolsillos cargados de piedras). En los años 20, ir con Buster Keaton o Charles Chaplin era como ir en los 60 de los Rolling Stones o de los Beatles o actualmente ser del Madrid o del Barça: algo incompatible.
Los surrealistas, casi todos, tomaron partido por Keaton (Alberti le dedicó el poema Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca), ya que a Chaplin lo consideraban excesivamente sentimental. Buster era otra cosa: ¡fuera las lacrimógenas historias de mujeres ciegas o de dictadores con nombres y apellidos! Sólo con su cara de piedra, sus expresivos ojos tristes y un dominio superlativo del slapstick (una sucesión de gags), el cómico al que se llamaba «el hombre que nunca se ríe» o «rostro petrificado», alcanzó la cima para luego caer en un lamentable olvido. ¡Si se hubiera disfrazado de vagabundo!
Comenzó su carrera trabajando con Fatty Arbuckle (cómico olvidado por todos aquellos que no conozcan la historia de la botella que narra Kenneth Anger en su Hollywood Babilonia y su papel en la aparición de la censura moderna tal como la conocemos a partir del Código Hays) y la terminó alcoholizado con un filme basado en una obra de Beckett (un autor en busca de un público con ganas de suicidarse) en el año 1965. Murio meses después, y más tarde se estrenó Golfus de Roma, donde Richard Lester le daba un pequeño pero brillante papel. Pero después de los 30 quedó reducido a la nada: algunos amigos que se acordaban de él como el Wilder del Crepúsculo de los Dioses, el Chaplin de Candilejas, Preston Sturges, una secuencia con Cantinflas en La vuelta al mundo en ochenta días que homenajea El Maquinista de la General. Pero en los años 20, solo en la dirección o acompañado, encadenó obra maestra tras obra maestra: Las tres edades (hace unos años el dj Jeff Mills se inventó una nueva banda sonora para esta película), El moderno Sherlock Holmes, El héroe del río, El Maquinista de la General y la que nos ocupa: El navegante, que dirige junto a Donald Crisp (en El maquinista de la general Keaton ejercerá de director total como si fuera Orson Welles o Kubrick), narra la historia de un barco a la deriva, un enamorado y su esquiva amada. Los dos ricos, los dos inútiles. ¿Cómo sobreviven? Al igual que en El héroe del río, que en El maquinista de la general, es el hombre quien cambia: desde aprender desde cocinar hasta bucear para salvar a la chica de los caníbales. Ella, en cambio, igual de inútil que el protagonista pero menos sincera, se muestra en todo momento altiva y exigente.
Ver seguidas El Navegante y El maquinista de la general nos descubren a Búster Keaton (quien nunca usó doble) en la cima de su genio: en espacios cerrados o abiertos su comicidad geométrica, matemática, lógica hasta el absurdo funcionan con igual maestría.
El navegante con música de Belle and Sebastian
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