Alegrándome de la victoria de Dilma Roussef en la primera vuelta de las Elecciones de su partido, me sorprende el escaso eco que ha tenido su conversión de última hora: hace unos días estaba a favor de despenalizar el aborto, sin embargo, en cuanto se le acercaron en las encuestas se mostró públicamente como contraria al derecho del aborto.
En la América colonizada por los españoles y portugueses la religión católica (y ahora las evangelistas) es transversal: es decir, afecta (como una enfermedad) igual a personas de derechas e izquierdas. No pasa nada por mostrarse contrario al aborto.
Por ejemplo, el presidente de Ecuador que se dice de izquierdas es contrario al aborto. Podría haber sucedido igual con Dilma Rousseff, pero no es así. Necesita votos. Esta mañana la prensa resaltaba el hecho de que es mujer. Pero por lo menos ni en El Mundo ni en las televisiones ni en El País se ha destacado su traición a las mujeres que exigen la despenalización del aborto y a las que se lo había prometido en campaña.
Esperemos que la vieja guerrillera no cuelgue la kalashnikov y el pasamontañas y vista los hábitos de monja y el cinturón (de castidad).
lunes, 4 de octubre de 2010
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