La igualdad no nace en un día concreto, aunque por comodidad elijamos una fecha significativa como este 8 de marzo. Más bien se trata de un largo camino que probablemente no concluya: un ideal.
El cine, como arte y espectáculo estrella del siglo XX, ha recogido todas las imágenes posibles de la mujer, a veces impulsando a la sociedad; otras, por detrás de esta. Imagen forjada por la mirada masculina: guionistas, directores, productores, casi todos hombres (no tengo conocimientos para escribir sobre las pioneras, a excepción de Leni Riefenstal o la norteamericana Ida Lupino, estrella de la serie B que dirigió, por ejemplo, una película sobre la bigamia).
Pero la imagen de la mujer en el cine bebe de modelos literarios previos: Eva, Pandora, Penélope, Helena, Casandra… Una clasificación que, a grandes rasgos, hace de la mujer una figura que nutre o que devora; fiel o inconstante, rubia o morena (al contrario de lo que entendemos, para el público anglo o ario la rubia representa pureza y la morena la femme fatale. Cierto que antes y después del Código Hays (1934 – 1967) los comportamientos son más ambiguos o complejos. Antes, porque estaba en el ambiente de “los felices 20” (interesante el documental presentado por Jane Fonda Mujeres liberadas, 2003). Pero es evidente que el crack del 29, “castigo de Dios”, trae consigo una nueva/vieja moral que penaliza, sobre todo, a las mujeres: el asesinato siempre paga, pero el adulterio cambia si es cometido por una mujer. Es cierto que grandes “pecadoras” se salvan, pero al precio del arrepentimiento (Un rostro de mujer, Cukor, 1941) o del sacrificio (Jezabel, Wyler, 1938).
A pesar de esto, nunca hubo tantas mujeres de carácter como en los 30 y en los 40 debido, en primer lugar a la personalidad de actrices como Bette Davis, Katherine Hepburn, Marlene Dietrich, Joan Crawford, Lauren Bacall o Barbara Stanwyck y a la talla de directores como Hawks (sus personajes femeninos, con diferencia, resultan los más interesantes, aunque en entrevistas en los 70 le molestaba que calificaran sus películas de feministas), Wellman, Wyler, Cukor (considerado el mejor director de mujeres, alguno lo achaca a su condición de homosexual, que le costó el trabajo en Lo que el viento se llevó, a exigencia de Gable, si bien cada noche Olivia de Havilland y Vivien Leight iban a ensayar con él. El sustituto de Cukor, Fleming, presunto director “macho”, rodó El Mago de Oz. Ya me dirán), incluso Ford cerró su carrera con Siete mujeres (1966). Además de la actrices y los directores, estaban los géneros. La comedia, por ejemplo, funcionaba como un mundo invertido (propio de Carnaval), donde la mujer era más intrépida e inteligente que el hombre o, por lo menos, su igual: Bola de fuego, Tener y no tener, La costilla de Adán, La fiera de mi niña… películas de las llamadas de “guerra de sexos”.
Además, estaba el género negro, donde la mujer utiliza a partes iguales inteligencia y atractivo sexual para escalar y luego hundirse (como obliga la moral de la época). Pero a esas mujeres los hombres las aman y las mujeres las imitan: el cabello de Lake, la esclavina en el tobillo de Stanwyck, los besos con lengua de Ava Gardner…
Y, por supuesto, está el género por excelencia de las mujeres y estrella de la época: el melodrama. Sin embargo, los avances de la técnica en los 40 y 50 elevan a esa categoría al western, las aventuras, el bélico, géneros masculinos (hasta Gloria/Gena Rowlands en 1980 no surge una heroína de acción). Además, para el macartismo parece más subversiva la mujer que el propio comunismo. Desde siempre ha existido el rol de la girl next door, pero esta época llena los dramas de la época de vecinitas (como las tres secretarias de Creemos en el amor de Negulesco: película que me encanta, por cierto). O de damiselas en apuros. Continúa la mujer fatal, pero sin su ambigüedad anterior: ahora son “malas” a secas porque son mujeres que hacen lo que no se espera (o lo que se espera) de su carácter. Antes, era la falta de igualdad de oportunidades y la ambición la que las obligaba polvo a polvo, engaño a engaño sobrevivir en “un mundo de hombres”. Ahora no se profundiza en la sicología. La comedia reproduce la “guerra de sexos” con la entrada de la mujer en el trabajo; aunque al final se la acepta, estas películas acaban despidiendo cierto tufo reaccionario. La actriz más representativa, Doris Day. Que en 1961 se ruede Pijama para dos es un disparate, mientras Ella y su secretario (1942) tiene gracia si haces el esfuerzo de situarte en la época. Porque en los 60 los norteamericanos y sus universidades fueron pioneros en la liberación de la mujer y en los mayos que luego brotaron en Europa…
Tampoco la generación que revolucionó Hollywood en los 70 se fijó excesivamente en la mujer: El regreso (1978), Una mujer descasada (1978), Norma Rae (1979), Gloria (1980) o Tootsie (1982). Ninguna mujer es señera de esa camada de directores y los protagonistas suelen ser hombres.
A partir de los 90, sobre todo, aparecen nuevas directoras como Nora Ephron, Nancy Myers, Amy Heckerling, Lisa Chodolenko, Sofía Coppola… hasta Bigelow y el primer Oscar a una mujer como directora. Un cambio lento: más historias de mujeres, más guionistas, alguna directora que, tal vez, nos permitieran saber si existe “esa mirada diferente” según el sexo. Pero hasta el momento ni las mujeres ni los afroamericanos tienen un papel relevante en la producción y dirección.
Donde se produce la revolución es en el estudio más conservador de Hollywood.
Las heroínas de Disney
No sé si Disney nació en Almería, si era o no un ultraderechista o si alguna vez estrecharé su mano congelada. Pero en Blancanieves, la Cenicienta, La dama y el vagabundo, Robin Hood (Marian era más espabilada que el resto), la mujer tiene un papel pasivo, hilar, cantar y esperar que la salven. En La Sirenita (1989), sin embargo, Ariel salva al príncipe; Bella (1991) es lectora compulsiva… hasta llegar a Mulan (1998), donde la heroína, disfrazada de hombre, salva China de los bárbaros espada en mano; en Tiana y el sapo (2009), ocurre lo mismo, además de que el príncipe es un inútil y en Enredados (2010), más de lo mismo, con la curiosidad que el guionista juega con los tópicos antiguos para darle la vuelta: princesa prisionera en su torreón con el cabello hasta el suelo, bruja malvada…
Al contrario de lo que cantaba Sabina, dado el éxito de estas películas, habrá que decir que las niñas todavía quieren ser princesas. Lo que no necesitan es que ningún hombre las rescate. Ya se bastan y se sobran ellas.
Un ejemplo del camino hacia la igualdad: La sal de la tierra
En 1954, con dinero de los sindicatos, Herbert B. Biberman dirige La sal de la tierra, película sobre explotados y explotadores en las minas de Nuevo México. Será la última; aparecerá en todas las listas negras. Tampoco interpretará en años Rosaura Revueltas, ni en Estados Unidos ni en su país natal, México. El Capital, transfronterizo, los veta, les niega la palabra. Rosario es la narradora, voz y rostro de los desheredados (solo he visto una actriz con igual fuerza: Magnani en Roma, ciudad abierta). La película habla de la explotación del hombre por el hombre; de las estrategias del Poder para dividir a los descontentos… de la unión última de los trabajadores en escenas que valen como todo el Manifiesto Comunista y su “Proletarios del mundo, uníos”, donde cobra sentido el internacionalismo.
Los trabajadores mejicanos reciben menos dinero y seguridad que los anglos; a la muerte de uno deciden paralizar las minas. Pero exigen los mineros sus reivindicaciones y no la de las mujeres, que los apoyan pero se resienten (la comida, el alojamiento, todo pertenece a la Empresa, que los obliga a vivir en condiciones inhumanas). A pesar de la solidaridad de mineros de otras regiones, el hambre hace mella en muchos de ellos que intentan romper el piquete. La Justicia (aliada al Capital) prohíbe a los trabajadores continuar el piquete; entonces son las mujeres las que continúan, a pesar de las burlas y la incomprensión de sus propios maridos. El de Rosario Revueltas, uno de los líderes, llega a abofetearla, a lo que ella le replica que si lo vuelve a hacer lo abandonará. Ha aguantado cárcel, empujones, humillaciones y para ella ya nada puede ser igual. Además de un “marido” quiere un “compañero”… El marido (y todavía no compañero) está a punto de echar al traste la huelga por ese machismo que recuerda al nacimiento del movimiento obrero donde en sus pasquines estos pedían cobrar más dinero para que sus esposas no tuvieran que trabajar. Finalmente, mujeres, hombres, niños, anglos, mexicanos… todos unidos vencen una batalla, que no la guerra, sabiendo, como titula Parker un libro, que el éxito nunca es definitivo.
La unión hace la fuerza es un tópico. Pero real. Si no, no tendría sentido la estrategia de división que practica el Poder; intentando que parezca que los derechos de una minoría son incompatibles con los de otras, enfrentándolas así. Tal vez desaparezca la desigualdad entre hombres y mujeres, aunque lo cierto es que ellas siguen cobrando menos que los hombres. Pero si existe desigualdad para la mujer española, ¿qué decir de la inmigrante a la que se puede sumar el abuso?
Debe haber un día para la mujer, otro para el homosexual, para el discapacitado, pero en los trescientos sesenta y pico días restantes, o esos grupos trabajan conjuntamente o nada cambiará en el fondo: “aquí cabemos todos o no cabe ni Dios”, que cantaban Víctor Manuel y Ana Belén (últimos progres que cito en mi vida, lo juro).
Hoy, día 8 de marzo, la Concejal de Mujer, de Bienestar Social o como quiera llamarse leerá un manifiesto desde la balconada del Ayuntamiento, las asociaciones de viudas y amas de casa comerán juntas, tal vez se represente La casa de Bernarda Alba o Lisístrata. ¿Suficiente?
Complicated woman (mujeres liberadas): documental completo
2 comentarios:
En el día mundial de la mujer trabajadora, creo que deberíamos hablar más de hombres que de mujeres. Al fin y al cabo, hay pocas mujeres en el mundo a las que haya que decirles lo que deben hacer, por lo que deben luchar.
En cambio, todavía quedan muchos hombres (la gran mayoría de los hombres) que sí necesitan ser puestos en evidencia, que necesitan ser enseñados a respetar a las mujeres, porque no lo hacen.
Todavía quedan demasiados hombres que dirigen empresas (la gran mayoría de las empresas) y que tienen el poder para ser justos y ecuánimes en cuestión de género, y no lo son.
Todavía quedan hombres, un montón de hombres, que dirigen países (la immensa mayoría de los países) y que están en la posición perfecta para cambiar aquello que es injusto, para equilibrar la balanza, para cambiar el curso de la historia, y no lo hacen.
Todavía quedan hombres, hombres modernos y civilizados, que esconden tras un disfraz políticamente correcto un desdén latente y un enorme menosprecio por las mujeres.
Todavía quedan muchos hombres, demasiados hombres, un montón de hombres como ésos.
Tristemente y por desgracia, quedan muchos hombres que desprecian a la mujer, que la miran por encima del hombro. Yo, apoyo a la mujer a subir a lo más alto si se lo merece. Adelante mujeres, tenéis capacidad para mandar.
No somos "más" que ellas.
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