miércoles, 31 de agosto de 2011

Diarios 1999: 24 de mayo

1.-        Los bancos de los parques acercan a las personas. Estás sentado en un banco tranquilamente leyendo el periódico y se puede sentar a tu lado el estirado caballero que lee el ABC o la mujer todavía joven con el carricoche o el niño de cuatro o cinco años correteando a su alrededor. Los únicos que gozan del privilegio de no compartir banco son las parejas. ¡Y así debería ser siempre ! Este sábado y este domingo he ido al parque. Estaba lleno : comuniones, mamás y papás con sus hijos, ancianos leyendo el periódico, guiris, amantes, etc. Durante ese rato (el que va del mediodía a la hora de comer) estaba en calma. Pensando : qué a gusto se está aquí.

2.-        Mi abuela se está muriendo. Llevaba ya unos meses. Al principio parecía inminente, pero luego se calmó la cosa. Y si bien estaba que no se enteraba de nada (aunque no era exactamente coma), podía morirse en unos días o aguantar unos meses. Ahora parece definitivo. He llamado a mi madre y mi padre está en camino. Cuando murió Doña Fuensanta o la abuela de Verónica, tenía miedo sólo de acercarme. El día que me dijeron, hace meses, que mi abuela podía morirse en cualquier momento y que la traían al hospital de Caravaca, pensé : que no se muera, que no se cómo comportarme. Ya no me preocupa tanto. Creo que es como un ritual. Sé que no voy a llorar, aunque ayer estuve a punto de hacerlo. Más que nada por la sensación de desconocer a mi abuela. Siempre le he tenido miedo, me ha desagradado, hablaba y hablaba, me avergonzaba por todo : si estaba mucho en el baño, si me acostaba temprano, si jugaba con los niños de Santopétar, si comía, si no comía... Me resistía a besarla porque olía mal (siempre estaba en el campo o con las gallinas). Nunca estuvo muy bien de la cabeza. Pero al final desvariaba. Fui teniéndole cariño conforme me hacía mayor y ella estaba peor de la cabeza. Me molestaba que mi hermano la ignorara o le contestara de malos modos (me recordaba tanto a mí a su edad). El problema con ellos (mi abuelo y mi abuela) es que no eran como mi familia materna. Había algo raro en su relación. Y yo de pequeño lo notaba aunque no sabía precisarlo. Luego me he enterado de que han vivido muchos años sin compartir cuarto ni comida (conforme han pasado los años más alejados y menos en común), pero que no se separaban por las ideas que tienen los viejos sobre lo que pensaría mi padre. Así que cuando íbamos nosotros todo daba la sensación de ir bien. Si embargo, se gritaban (sobre todo mi abuela), se acusaban de mezquindades... Y todo eso ya lo sospechaba.

3.-       Todavía tengo un nudo en la garganta de la impresión que me ha producido la novela que acabo de terminar. Se llama Y no dijo ni una palabra y es de Heinrich Böll.
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