jueves, 25 de agosto de 2011

Hay que ser ciego o crítico del arte...

Hay que ser ciego o crítico de arte para no entenderla, afirmaba un artista de una pintura suya. Yo soy un poco ambas cosas (tengo miopía y escribo sobre arte, alta sociedad, agricultura...), porque no entiendo la obra de Malevich. ¿Qué coño significa tanto cuadrado ? Mi hijo de dos años dibuja con igual maestría (o casi). Tengo que terminar este artículo, tengo que terminar... Pedro, ¡no juegues con el cenicero ! Vas a llenar la alfombra de ceniza... ¿No me haces caso ? Como se lo diga a tu madre... Una hora más y Cristina estará aquí. Acostará (a ella le hacen caso) a los niños y escribiré tranquilo hasta que cierren el bar de la esquina, la calle quede en silencio y me pueda dormir. Aunque Cristina tendrá ganas de sexo. ¡Claro, como ella no está todo el día encerrada ! Pasea por las calles, va al gimnasio y al hacer ejercicio y el cuerpo desprende olores (según Antonio es el olor corporal el que nos hace preferir a una persona antes que a otra. Y la cara, los pechos, el cuello...). En los supermercados se rozan los cuerpos, se abren, se cierran, se arquean... Termino el artículo y ya habré cumplido lo pactado con el periódico. Cinco artículos por veinte talegos. Dejaré un poco en la mesa de la cocina y me iré yo solo a descansar. Sí, siempre lo digo. Pedro, vigila a tu hermano no vaya a comérselo el gato... O él al gato. Estos niños son de cuidado (se parecen a su madre. Yo estudié en un colegio de jesuitas (siempre lo digo), pero no era monaguillo). Cinco artículos... Lo curiosos es que los otros no han sido recibidos mal. Ya lo decía Antonio : “Tú vete a prensa de provincias y escribe sobre todo... Un todoterreno. Cuando vuelvas tendrás experiencias y te elegirán. Primero tal vez para un roto, pero después quizá fijo... quien sabe. Y con buen dinero”. Pero él no quería mis artículos, ni mis crónicas, ni mis reportajes. Se colaban palabras incómodas en mis escritos. Tacos y cosas así. Cuando desterré de tacos (siempre según él), mis páginas se llenaron de liderar, de autosuicidio, de a nivel de, de vergonzante, de posicionamiento... y un largo etcétera de palabras que atentaba contra la lengua. Son las ocho pasadas. Cristina vuelve a llegar tarde. A veces me dice qué hace por ahí. Visita a su antiguo novio (que vino del pueblo con ella) que está en la cárcel. Pobre diablo, sentencio alguna vez, pero ella me fulmina con la mirada. Entonces pienso las vueltas que da la vida y todo eso que siempre se dice. Porque Pedro... Antonio, coño, qué te he dicho... sí, que vigiles a tu hermano. Ya no sé que decía : lo del artículo supongo. Uno más y acabo. A ver si esta noche ya... Pero qué quiere que te diga yo no entiendo lo del cuadrado, ni ninguna del Lynch o tampoco por qué este mosto sabe tan dulzón. Tendremos sexo esta noche: ni pensar en escribir o dormir. Hay que ser cuidadoso. A Cristina le diré cuando venga que no he bebido más de dos latas de cerveza. Las contará, seguro, y verá cómo sólo dos están vacías... Niño, deja mis gafas. A veces me toman por el pito del sereno, pero cada vez estoy mejor : ya ni bebo ni les pego. Y no es que les pegara, que tampoco es eso. Se me iba un poco la mano y una vez me fue un poco más. Y Cristina, vaya cómo se puso. Pero si le he dado así... como si fuera una caricia. Después vinieron las miradas en el trabajo y Pedro queriendo matarme. Pero está en la cárcel. Dos cervezas y un carajillo. El carajillo no cuenta, ella lo sabe. O no lo sabe porque no se lo voy a decir. Ni la copa y el puro. Que si se enterara buena es ella. Mi Antonio y mi Juan... y luego se va al gimnasio y a ese trabajo que cobra tanto. Pero el dinero ese yo no lo veo, son mis artículos este que titularé “hay que ser ciego o crítico del arte”, los que me permiten una copa o dos. Para la universidad de los niños, dice sobre el dinero que ahorra cada mes. Pero si tiene el mayor diez y el menor todavía tres. Es igual de guapo que el padre, le digo siempre con una sonrisa a los padre. Y a veces se me hiela la sonrisa porque pienso que tal vez Pedro sea el padre... De nuevo perdido. Y el artículo de mierda sobre perros de caza. Si siempre me dieron un algo que no sé, pero claro nací rodeado de perros. ¿Por qué entonces he tomado apuntes sobre ese tal Malevich? Dejar de beber: el carajillo, las dos cervezas, no cuentan. No debería decírselo. Parecería aquella noche, la de los críos llorando, ella riendo Dice que miento, que no lo recuerda de esa manera. Puede ser, pero también lo contrario.
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