martes, 13 de septiembre de 2011

Decadencia

Ya no vive nadie, y aunque viviera alguien nada cambiaría. Las puertas están cerradas,  no sólo eso, también están cerradas las ventanas y bajadas las persianas. No esconde ningún  secreto.”Es que si las paredes hablaran...”, insinuaba un figura. ¡Qué coño van a hablar las  paredes ! La mayoría recién pintadas, de ese color blanco como los hospitales, que pretende  purificar cuando todo se reduce a blanco y negro; blanco y negro... Dejemos los colores. La mansión no esconde ningún secreto pues todos en el pueblo conocen el por qué, pero nunca la causa. Y nadie la sabrá pues el extraño se ha marchado esta mañana, solo y sin volver la vista. Por un momento, él entrevió la solución. “Hubiera sido inútil”, piensa en la estación e intenta dormir, pero el recuerdo de ella, crucificada en su corazón, no lo deja.
Voy a contar la historia tal como me fue relatada una noche que quería dormir y temo que no conseguí. ¡Cuánto más falsa resulte mejor !
Podríamos decir que el viejo coronel era una persona autoritaria, orgullosa de la situación en la que se encontraba gracias a la tiranía de sus antepasados. ¡Mentira! Todo lo que acabo de escribir es mentira. Esta clase de coronel seguirá existiendo mientras haya malos escritores como yo. Pero, bueno, éste no es el carácter del personaje. El viejo (¿por qué debe ser viejo ?) coronel era tonto. Esta afirmación no ayudará en nada pues poco nos interesa este ¿viejo ? Vivía con su hija, amarrando la calma, intentando ser una familia. Mas en la vida de Luisa no había familia, sí parientes de todo tipo, pero nunca una familia, ni siquiera una foto, menos un recuerdo para alegrar el alma. ¿Qué quién es Luisa ? Vaya, parece que después de escribir estas tonterías en clase de latín se me ha olvidado hablar de Luisa. Ella es la que ha hecho posible esta historia, y no sabéis hasta que punto (gracias a ella puedo estar escribiendo estas cuatro tonterías en lugar de atender a la profesora). Luisa era hija del coronel. A partir de ahora no es coronel, sino general, y su hijo fue herido en Vietnam. ¿Qué digo ? El coronel - general no tenía hijo y vivía en la Cuba colonial. Luisa era alta, muy morena y con los ojos de un mismo color. No diré si éstos eran melancólicos o alegres; desafiantes o asustados, etc., porque no distingo matices como esos escritores imitadores de Raymond Chandler que escriben así : “Sus miradas se buscaban y se perdían, aunque ninguno la humillaba. Al fin pararon sus ojos ansiosos y se miraron : ella con los suyos claros y los de él esquivadizos, como rata asustada cuando es el miedo el que manda...”. El coronel - general y su mujer (no era viudo) vivían en una absoluta calma. Ella, siguiendo la tradición familiar, lo engañaba con el profesor de danza, que por cierto era homosexual, y el coronel - general se pasaba todo el día viendo pájaros volar y haciéndose preguntas filosóficas del tipo : “¿Cuándo los perros ladran están hablando ?”. ”¿Por qué no hacen abrelatas para zurdos ?”. “¿Y la televisión ?”. “¿Cuándo van a inventar el televisor ?”. Dejémosle perdido en su pensamiento, que ya despertará cuando vea la mosca caer (ésta era otra de sus grandes reflexiones), y retornemos a la historia. He de confesar, odiados lectores, que no sé el final de esta historia, y hace unos cincuenta minutos (al empezar la clase de latín) tampoco sabía el principio.
Luisa tenía trece años cuando descubrió que no podía jugar con las chicas de su edad, y más tarde, aunque no mucho, cuando estaba en edad de leer los libros prohibidos, asombrada y tras muchas búsquedas, comprendió que su padre sólo leía: "la vida de los animales" de un escritor ruso, o eso creía pues no entendía el nombre, y otro que hablaba de guisantes. Con la lectura de estos libros y sus grandes verdades sobre la vida y el sexo, debía salir a la calle. Y sus padres la llevaron a Madrid, a la casa de una familiar que gozaba no sé qué favores del ministro de moda. Allí conoció a jóvenes bellezas que con el tiempo serían famosas amantes de reyes y mecenas de bohemios poetas que las inmortalizarían en sus obras.
La decadencia en su máximo esplendor. Oro y horror. La niña se sube la falda. El templo de Dios ya no es amor.
Encontró a un joven que llevaba en el corazón algunas banderas, pero ni él era Armand Duval ni ella "la Dama de las Camelias". Se vendió, cualquier oferta era buena para llegar a la cumbre, sólo que aburrida se olvidó de escalar. Aunque la decadencia seguía prohibida en su mente. Al año regresó a Cuba, que seguía siendo el lugar donde nació y no quería morir. Su padre la besó y su madre, alborozada, le contó chismes sobre personas que no conocía. El profesor de danza se marchó y llegó una maestra rusa. “No se le conoce ninguna desviación sexual”, murmuraba el cura, y las beatas se santiguaban y pensaban que se estaban rompiendo normas fijadas mucho tiempo atrás.
Los pechos de Luisa empezaron a crecer ; su cintura, las piernas y hasta los ojos. Durante las noches sentía ataques de ansiedad y mordía con furia la almohada, entonces las fuentes de sus ojos se secaron, pues ya moría la ilusión. Advirtió que estaba embarazada. Sorprendida contempló su cuerpo deforme en el espejo. “¿Cómo ha ocurrido?”, pensó. “Tomé precauciones”. Pero la sorpresa no fue grande, y siguió viviendo, muriendo por dentro. Y una noche como loca se cortó con una daga y se hizo un cortante fino que a su madre confundió : tenía la sangre roja. A la mañana siguiente llegó el extraño : era el hijo del coronel - general que había luchado en Vietnam, pero como su padre no lo aceptaba decidió vivir en una caja de zapatos. El hijo de ella no podía nacer, no debía existir pues mostraría el equívoco : todo andaba mal pero por lo menos andaba. Y así lo quise yo, y así lo quiso Dios : Luisa murió una noche, quemada en su pequeña habitación con una cruz en el pecho ; sólo ella confiaba en la cruz. Nadie más creía, tampoco Dios. Su padre, que para ella ya no era papá, la miraba tocándose la barba. Era el gran pirata Barbarroja. Movió la cabeza porque sentía dolor de cuello y siguió observándola mientras desaparecía. Miles de moscas luchaban alrededor de la cabeza del cerdo imaginado por Golding, pues no era oportuno morir sin dolor. Y la madre, desilusionada porque no descubría morbo en el baile, marchó con un titiritero. Su nueva casa poblose de niños y siempre llevaba puesto un delantal manchado de aceite. Su vida se resumía  a eso e, incomprensiblemente, era feliz. El hijo de Barbarroja que luchó en Vietnam salió de su  caja de zapatos para convertirse en el futuro hijo de ella. Abandonó Cuba para ir al lugar donde nadie muriera por un amor.
Luisa murió a la hora en que los amarillos soñaban una canción que nunca cantarán los hijos de perra de los malos negros, los buenos negros van a misa. Los buenos blancos toman drogas, los malos blancos parece que no... que no existimos. Por lo menos nunca hablamos, no interesa.
Y una voz se quebró, allá a lo lejos, donde todos seremos solamente malos.

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