jueves, 1 de septiembre de 2011

Diarios 1999: 26 de mayo

1.-        He sacado un 9’4 en el segundo parcial de Estructuras Políticas. Pero me siento bastante deprimido (casi toda la semana estoy melancólico). Varias personas han sacado un diez y, en general, las notas han sido altísimas. No entiendo cómo puede poner un examen tan fácil y dejar que se copie todo el mundo. Si hago el trabajo y no hay sorpresas en el examen final, sacaré notable o sobresaliente. Y, sin embargo, no cesa, no acaba esta sensación de mediocridad. ¡Hubiera preferido suspender ! Quizá mañana, cuando lo piense fríamente, esté contento (lo mismo me pasó el año pasado en Historia de la Comunicación y hoy ya no pienso en lo gris que me sentía y en lo poca cosa : estoy aterrado de ser uno más de mayor ; de comportarme como todos en familia ; de tener un instante de lucidez y tener ganas de vomitar por llevar una vida normal ; de tener miedo a volar. Como la canción de Extremoduro : “Dejadme de hablar, no me haces reír, la gente normal se podía morir”).

2.-        Me he reencontrado con los Nacha Pop y con Antonio Vega en solitario. Quizá sea el artista.

3.-        Raquel Fuentes otra vez. Sigo fascinado. Eterna duda el saber si es guapa o no (ha sacado un diez en Estructuras Políticas). A veces me lo parece, pero no estoy tan seguro. Creo que es guapa por su voluntad de serlo. Se levanta por las mañanas, se dice qué guapa soy y acaba creyéndoselo y haciéndonoslo creer.

4.-        Qué pronto se aprende a olvidar. Un día termina una relación y ves las ruinas de todo lo que te parecía importante. Demolido y claramente irreparable. ¡Dios mío qué va a ser de mí ! Pero ese sentimiento también pasa. Acabó mi relación y pensé que acababa mi vida : me drogué (la busqué en las drogas (eran tan sólo sustitutos) como calmantes : excitaban más mi dolor), pensaba constantemente en que hice mal ; aprendí a odiarla y a la vez la deseaba a cualquier hora, tanto que me dolía el perfume de una mujer, las caderas de otra (un dulce dolor que me impedía pensar). Después me descubrí mucho mejor : no feliz (nunca, creo que nunca lo he sido), pero mejor. Ya no me comía la cabeza pensando esto de ella o lo otro. Si no estaba conmigo era inútil pensar en solucionar algo o en qué hacer para que fuera mejor. Pensaba en ella sin nostalgia (hay heridas que hay que dejarlas abiertas siempre, como recuerdo que favorezca la rebeldía ; también recuerdo doloroso de pensar que cuando uno claudica de sus ideas, de lo que le dicta la cabeza pensando que la vida está compuesta de pequeñas concesiones (mejor llamarlas traiciones), acabas convertido en un perro, pero no por ello todo va estupendamente) y todavía con dolor, pero cada vez menos. Ahora pienso (es inútil no hacerlo con la cabeza tan desquiciada que tengo), pero ese recuerdo lo diferencio claramente del presente. Es eso : un recuerdo. Y ya no quiero repetir ni caer otra vez en la trampa. 

4.-        Todavía tengo un nudo en la garganta de la impresión que me ha producido la novela que acabo de terminar. Se llama Y no dijo ni una palabra y es de Heinrich Böll.

6.-        Un día me dejó. No puede ser que me haya dejado, pensé. Estará muerta. Entonces me vestí de negro... pero decidí ser una viuda muy alegre.

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