domingo, 6 de noviembre de 2011

30 - 1 - 2001: Ojos que te acechan

1.-        Ojos que te acechan, nada más comenzar (diez o doce minutos), se deja de lado sorprendido : no es esto lo que se esperaba, o, bien, si logras zambullirte en la historia te atrapa. Porque no es un thriller esperado. Quien conoce este género (aunque más bien es una familia completa donde pueden convivir formas desde el film noir en los noventa hasta el de asesinos en serie, pasando por el sobrenatural), encuentra unas constantes que se repiten en todos los títulos de psicópata como El coleccionista de huesos o Seven, la jerarquía la establecerán los actores, el guión más o menos inspirado, la dirección, etc. Pero ambas son reconocibles.
            En cambio, en Ojos que te acechan el director (Stephan Elliot), partiendo del clásico investigador que recorre medio país siguiendo a un sospechoso, busca caminos inexplorados. Al principio, en esos diez o doce minutos primeros antes comentados que pueden ahuyentar al espectador, la hija muerta de Ewan McGregor (el investigador) se le aparece y habla con él. La sombra de El sexto sentido o El último escalón planea sobre la película. Es más, el recurso nos parece torpe, burdo, como de película de tantas, escrita y dirigida sin convicción. La presencia de Ashley Judd y (¿por qué no ?) su facilidad para desnudarse ayudan a no desconectarse de la película.
            A partir de aquí todo es cine nuevo, y cine (raro en hollywood) preocupado de detalles que cada vez caen más en el olvido : una fotografía y unos decorados (esas calles donde sólo vagabundos deambulan como autómatas, sin tiendas, sucias) con los que el director consigue envolverte en el clima de la película. Estos elementos, además, son necesarios porque el director (excepto la niña muerta del principio) no quiere jugar en ningún momento con giros tramposos.
            En su seguimiento por todo el país de Ashley Judd, de repente Ewan McGregor deja de ser un oscuro detective para convertirse en los ojos y la actitud del espectador. Todo espectador es un mirón (raza de mirones, sentenciaba la enfermera de James Stewart en La ventana indiscreta), así que representarlo en un detective que fotografía, graba y controla la vida de otra persona no es tan descabellado. Sólo que, finalmente, el detective (el espectador) hace suya esa ocurrencia de Hitchcock : si Cary Grant estuviera a punto de morir en pantalla, algún espectador se abalanzaría hacia la pantalla para rescatarlo, tal es nuestra identificación con su suerte. Así que en un momento dado, Ewan McGregor ayuda a la protagonista y, desde entonces, se convierte, en palabras de ella, en su ángel de la guarda. Algunos hechos apoyan nuestra hipótesis de que Ewan McGregor es el espectador : su invisibilidad (está siempre siguiéndola, pero ni ella, aunque lo intuye, ni otros personajes significativos del film lo ven), su ubicuidad y su invulnerabilidad que logran sacarla de cualquier atolladero. Sólo que estamos en los 90 y la heroína no deja de ser una psicópata.
            Al final, se produce la ansiada comunión entre los protagonistas, los dos recuperan, en uno de los finales más turbadores y hermosos del cine contemporáneo, algo que habían perdido.
            Falta recordar lo grandes actores que son (y en esta película se puede comprobar) Ewan McGregor, el improbable Obi Wan Kenobi, y Ashley Judd, una mujer de verdad en época de ñoñas disfrazadas de princesitas.

Votar esta anotación en Bitácoras.com

0 comentarios: