1.- Mujeres paseando por las calles de Murcia
que sonríen. ¿Por qué ? ¿A quién ? Al hombre que las espera en
aquella esquina ; al pensamiento fugaz que las asalta o a la imagen
imborrable ; a toda la creación : coches, ancianos, libros de
derechos, semáforos, mendigos, sonajeros, aceras y pasos de cebra... aquél
insecto.
Quizá supongamos erróneamente y esa sonrisa no sea
dichosa. Advertimos entonces tibieza y ambigüedad en ella. Ya no es alegría, o
no tan sólo alegría. Hay algo más, sabiduría mezclada con amargura. ¿También
dedicada al hombre que la espera impaciente en la esquina ? ¿Al
pensamiento y la imagen ? ¿Y a la creación sobrada de ancianos, coches,
semáforos e insectos ?
2.- Parejas que se abrazan en las calles de
Murcia. En sus esquinas, aceras, paradas de autobús, bancos, árboles, toboganes...
Cuando se besan ella ojea a su alrededor, como si buscara la cámara escondida
que inmortalizará su felicidad. Tiene más bien que ver con la pretensión de
compartir su alegría, su chico, con
quienes la puedan ver. No hay nada más en esa mirada orgullosa.
El hombre, en
cambio, su chico, escruta posibles
rivales. La mano que se aferra a
la cintura, el ojo avizor
entonces, implica posesión. Es mi chica,
parece decir. Y, como las fieras, gruñe, husmea, afila las garras...
3.- Tal o cual suicidio frustrado.
El desgraciado contempla el cielo oscureciendo, la calle vacía, de nuevo las
primeras estrellas de la noche. Por la ventana abierta, el viento frío le ha
amoratado la cara. Está casi decidido, no sabe ninguna cosa de alturas y
caídas, de física, aunque morirá, eso sí. Mas en ese momento un niño paseando
por la calle. Nada tan banal como eso : un niño de diez o doce años que
juega mientras anda. Indecisión, duda un instante, el niño desaparece de su
campo de visión. Repite el proceso : el cielo ennegrecido, la calle al fin
desierta, el viento más frío aun. Sin embargo, ha pasado el momento, lo sabe.
¿Quién sabe qué propósitos frustrados, cuánta inquina y amargura hasta llegar a
dar este paso ? ¿Y cuántas circunstancias que jugaron en favor del suicidio :
la amiga que no contestó al teléfono, aquella canción tan triste en la radio,
el hombre que lo miró raro... ? Pero el momento apropiado se esfuma
dejando paso a la rabia y, finalmente, al vacío. Nunca volverán a repetirse
todas las circunstancias, ni en el mismo orden. Otro suicidio frustrado porque
tal o cual muchacho volvía a casa al caer la noche.
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