El historiador José Luis García Caballero
ha escrito Los Apodos de Bullas. Origen y protagonistas. La
presentación corrió a cargo del alcalde, Pedro Chico, Magdalena Jiménez
Álvarez, presidenta en Bullas de la ONG para el Desarrollo “Manos
Unidas”, y de Alberto Pérez Nadal, vicepresidente de la Cofradía de
Nuestro Padre Jesús Nazareno, “Los Moraos”. Además de los apellidos, el
libro lleva cuarenta o cincuenta fotos de distintos personajes de los
que aparecen en el libro a modo ilustrativo, más decorativo que una
documentación. La portada es un perfil urbano formado por caras
minúsculas de habitantes del pueblo y que está hecha por José Antonio
Campoy.
Es este el libro de José Luis García Caballero que más tirada ha tenido,
2.000 ejemplares, y se encuentra en todas las librerías del municipio
—¿Cómo le surge la idea de recoger los apodos de los bullenses?
—Ha sido el trabajo de aproximadamente quince meses, desde septiembre de 2010. En el primer libro que publiqué con dos amigos en el año 2000, Bullas y su gente, incluimos un listado con todos apodos que conocíamos en ese momento. A partir de esa lista pensé en desarrollarlo y explicar el porqué de cada uno. Libro Bullas y su gente.
—¿Cuántos ha encontrado?
—He publicado unos mil cien. Cerca de mil identificados y explicados y otros ciento cincuenta más no documentados. He quitado los polémicos y los ofensivos.
—¿En qué época tienen su origen la mayoría de los apodos?
—Algunos se mencionan del s. XVII, como los Béjar o los Gea, pero en realidad son apellidos. Terreros, Pirre, Coronel… una gran parte, es decir, un veinte o treinta por ciento tienen su origen en el siglo XIX y se han mantenido hasta hoy.
—¿Surgen los apellidos como una corrupción del nombre?
—En algún caso sí. Como Ciriaco, que ha pasado a Cirios. O, ya apodo pero original, Pirata de la Arena ha quedado en Pirata.
—¿Cuáles son los más curiosos?
—Por la historia que lo rodea el de Pirata de la Arena, Alpargate en Marcha, Arroz Caldoso
—¿Se pierde la costumbre de apodar?
—Perder no se pierde, lo que pasa es que las generaciones más jóvenes, entre veinte y treinta, en general no son tan originales, son monosílabos o bisílabos, que tienen alguna razón o causa en alguna expresión, pero se tiende a cortarse por la propia economía del lenguaje. Algunos sí que heredan, pero otros comienzan ellos una nueva saga. A mi modo de ver son menos originales que los que recoge el libro de cuarenta años para atrás.
—¿Cuál será su siguiente libro?
—Lo próximo es un monográfico sobre la Semana Santa de Bullas que lo teníamos preparado con otros colaboradores, la parte textual es mía. Lleva varios años en el dique seco y este año parecía que iba a salir, pero preferimos profundizar en las imágenes. Verá la luz en próximas fechas aunque no tan pronto como pensamos.
—¿Piensa colgar en Internet los nuevos apodos que vayan conociendo para completar el libro?
—Es un libro cerrado pero dentro de un tiempo: dos, cinco años, una edición que incluyera los que se han quedado sin poner porque no he podido identificar, a partir de los años 70 que ya hay gente con apodos consolidados pero no puestos, yo he cortado en el 69, tampoco he incluido La Copa, es un pueblo que tienen su arraigo distinto merecería una investigación aparte. Con esos apodos recientes, los de la copa y los que no han salido se podrían reunir otros quinientos apodos. No es un tema cerrado, porque es un fenómeno vivo que se enriquece continuamente.
—¿Qué tipos de apodos ha encontrado?
—Hay tres tipos: algunos que en el pasado podían ser ofensivos pero a la larga hasta son un orgullo para los que los llevan ahora; otros de mal gusto y ni preguntas; y una minoría tres o cuatro personas que me han dicho que no saliera, y no precisamente porque fuera ofensivo, porque no les ha gustado, que son historias normales como cualquier otra y no tiene sentido. Todos es porque he entrevistado personalmente a algunos de los portadores. Solo tres o cuatro, diría yo, más no, que no me han dado permiso.
—¿Cómo le surge la idea de recoger los apodos de los bullenses?
—Ha sido el trabajo de aproximadamente quince meses, desde septiembre de 2010. En el primer libro que publiqué con dos amigos en el año 2000, Bullas y su gente, incluimos un listado con todos apodos que conocíamos en ese momento. A partir de esa lista pensé en desarrollarlo y explicar el porqué de cada uno. Libro Bullas y su gente.
—¿Cuántos ha encontrado?
—He publicado unos mil cien. Cerca de mil identificados y explicados y otros ciento cincuenta más no documentados. He quitado los polémicos y los ofensivos.
—¿En qué época tienen su origen la mayoría de los apodos?
—Algunos se mencionan del s. XVII, como los Béjar o los Gea, pero en realidad son apellidos. Terreros, Pirre, Coronel… una gran parte, es decir, un veinte o treinta por ciento tienen su origen en el siglo XIX y se han mantenido hasta hoy.
—¿Surgen los apellidos como una corrupción del nombre?
—En algún caso sí. Como Ciriaco, que ha pasado a Cirios. O, ya apodo pero original, Pirata de la Arena ha quedado en Pirata.
—¿Cuáles son los más curiosos?
—Por la historia que lo rodea el de Pirata de la Arena, Alpargate en Marcha, Arroz Caldoso
—¿Se pierde la costumbre de apodar?
—Perder no se pierde, lo que pasa es que las generaciones más jóvenes, entre veinte y treinta, en general no son tan originales, son monosílabos o bisílabos, que tienen alguna razón o causa en alguna expresión, pero se tiende a cortarse por la propia economía del lenguaje. Algunos sí que heredan, pero otros comienzan ellos una nueva saga. A mi modo de ver son menos originales que los que recoge el libro de cuarenta años para atrás.
—¿Cuál será su siguiente libro?
—Lo próximo es un monográfico sobre la Semana Santa de Bullas que lo teníamos preparado con otros colaboradores, la parte textual es mía. Lleva varios años en el dique seco y este año parecía que iba a salir, pero preferimos profundizar en las imágenes. Verá la luz en próximas fechas aunque no tan pronto como pensamos.
—¿Piensa colgar en Internet los nuevos apodos que vayan conociendo para completar el libro?
—Es un libro cerrado pero dentro de un tiempo: dos, cinco años, una edición que incluyera los que se han quedado sin poner porque no he podido identificar, a partir de los años 70 que ya hay gente con apodos consolidados pero no puestos, yo he cortado en el 69, tampoco he incluido La Copa, es un pueblo que tienen su arraigo distinto merecería una investigación aparte. Con esos apodos recientes, los de la copa y los que no han salido se podrían reunir otros quinientos apodos. No es un tema cerrado, porque es un fenómeno vivo que se enriquece continuamente.
—¿Qué tipos de apodos ha encontrado?
—Hay tres tipos: algunos que en el pasado podían ser ofensivos pero a la larga hasta son un orgullo para los que los llevan ahora; otros de mal gusto y ni preguntas; y una minoría tres o cuatro personas que me han dicho que no saliera, y no precisamente porque fuera ofensivo, porque no les ha gustado, que son historias normales como cualquier otra y no tiene sentido. Todos es porque he entrevistado personalmente a algunos de los portadores. Solo tres o cuatro, diría yo, más no, que no me han dado permiso.
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