El miércoles 21 de noviembre, a
las 20 horas, en La Compañía Lounge
Club, se presentó la última novela de Rubén Castillo, Galatea de las esferas, publicada por la editorial caravaqueña
Gollarín. Le acompañará el escritor Miguel Sánchez Robles.
Rubén Castillo, crítico literario
de El Noroeste, ha publicado recientemente Las hogueras fosfóricas (Baladí,
2011) y El globo de Hitler (Isla del Náufrago, 2011). De la primera escribe el
también escritor Pascual García: «Rubén Castillo traza no solo una fábula sobre
la esperanza de un hombre y una mujer emboscados en su propio desasosiego, sino
también la metáfora de un mundo, donde el fingimiento, las trampas y la mentira
adquieren categoría de valores universales» mientras que de la segunda el
escritor moratallero señala: «La intriga, llevada con un excelente pulso
narrativo, con un estilo terso y rico a un tiempo, el compromiso moral y un
argumento verosímil convierten a este libro no solo en una caja de sorpresas,
sino también en un extraordinario relato sobre la condición humana que, sin
desdeñar la cantera histórica y las armas de la documentación, levanta un
monumento fabulador del que no podremos prescindir hasta el último párrafo,
donde se concitan todos los infaustos presagios que hemos ido acumulando
capítulo a capítulo y cuyo desenlace estábamos lejos de adivinar».
Rubén Castillo |
En Galatea de las esferas Enrique
Saorín nos cuenta su vida: trabaja como conserje en un instituto; tiene fama de
arisco, escucha música japonesa y lee la Biblia.
En el pasado, una mujer de la que se enamoró; un padre
autoritario, una madre decepcionante… «una tarde, encontrándose a punto de
cerrar las instalaciones de su centro de trabajo, se produce un incidente que
dará un vuelco a su existencia. Enrique sabe que ha llegado el momento de
colocarse ante el ordenador y contarnos su vida. Sólo así estaremos capacitados
para entenderle».
Galatea de las esferas es la
séptima publicación de Gollarín dentro de la colección Bigornia tras El vuelo
de las termitas (Luis Leante), Tantos ángeles rotos (Miguel Sánchez Robles),
Siglo XX (Gregorio Javier), El color del tiempo (Josune Intxauspe), Lenguas
vivas (Lola López Mondéjar) y Años fugitivos (Pascual García).
Galatea de las esferas ya se
encuentra en las librerías de la comarca al precio de 14 euros.
—«Sabe muy bien que, si no le considero un genio, como se proclama,
debo por fuerza considerarle un loco: lo cual, a efectos de éxito, vale otro
tanto, si no acaso más. Probablemente, sólo se ofendería si adivinase lo que en
realidad pienso de él, que no "es" genio, ni loco; pero se "hace"
lo uno y lo otro con insuperable maestría» Así describe Indro Montanelli a
Dalí. ¿qué piensa usted de él y su obra?
—Creo que es una mezcla de ambos. Salvador Dalí tiene
desequilibrios evidentes (de tipo sexual, sobre todo), pero también juega a
construirse como personaje. Esto para mí no es malo: es simplemente un hecho.
Pío Baroja o Fernando Fernán-Gómez se construyeron huraños; él se construyó
delirante. Dibujó un personaje y terminó siendo ese personaje. Pero ojo porque
no estoy hablando de disfraz. Un
disfraz es una impostura. Yo creo que Dalí comenzó creyéndose Dalí y finalmente
lo fue. A su manera, triunfó volviéndose loco.
—¿Por qué Galatea de las esferas
y no otra obra? ¿Siente usted una obsesión como el protagonista por esta obra?
—No, no. Enrique está obsesionado por esa obra de forma accidental.
Él encontró ese cuadro y lo incorporó a su neurosis. En mi caso es totalmente
distinto, menos arrebatado. Recuerdo que la primera vez que lo vi me llamó
mucho la atención, pero también lo hicieron otros lienzos del pintor catalán.
Lo que ocurre es que cuando surgió la idea de esta novela (un hombre que pierde
a la mujer que le provoca obsesión) pensé de inmediato en esa obra, en las
esferas diluyéndose en el aire. No me pregunte por qué. Lo ignoro. Sólo que me
vino a la mente la idea de una mujer disolviéndose en el aire, como si alguien
soplara la arena que tiene en la palma de la mano. Y el cuadro de Dalí se
impuso para dar forma a esa imagen.
—Rayuela le cambia la vida.
¿Alguna obra que haya cambiado la suya?
—En mi vida hay dos o tres libros capitales. Uno de ellos es Rayuela, de Cortázar. Cronológicamente fue
el primero de todos. Más tarde me deslumbró el Libro del desasosiego, del portugués Fernando Pessoa. Y finalmente
la novela Escuela de mandarines, del
caravaqueño Miguel Espinosa. Creo que han sido los tres casos más
espectaculares de «libro individual que me ha marcado».
—Parece ser que Flaubert, en su lecho de muerte, exclamó «Madame
Bovary, soy yo», ¿es usted Enrique Saorín?
—No, en absoluto. Somos dos personajes absolutamente disímiles. He
tenido que prestarle por motivos narrativos algunas cosas mías (como aquella
tarde en que recibe las pedradas de unos niños o su amor por la música de
Kitaro), pero no tenemos más puntos de conexión. De hecho, he tenido que hacer
un esfuerzo enorme para elaborar a Enrique, precisamente porque no nos
parecemos en nada. Nunca me había tenido que enfrentar a un personaje tan
intenso. Espero haberlo resuelto bien.
—Hay autores, como el cineasta Woody Allen que siempre realizan la misma
obra con pequeñas variaciones, no creo que sea su caso, La cueva de las profecías, El
globo de Hitler y Las hogueras fosfóricas
son muy distintas. ¿Teme repetirse?
—Esas tres novelas que menciona responden a pulsiones distintas,
nada más. No me gustan los autores que se plantean sus libros desde el punto de
vista teórico, haciéndolos todos iguales... o todos distintos. Yo dejo que la
historia elija su tono dentro de mi cabeza. Y luego le doy forma sobre la
pantalla del ordenador. En La cueva de
las profecías me quise enfrentar a una novela juvenil, que dediqué a mis
hijos; en El globo de Hitler pretendía
rendir homenaje a ciertas novelas de tipo bestseller; y en Las hogueras fosfóricas me metí en el mundo de los chats porque me
intrigaban sus mecanismos psicológicos. Ahora, en Galatea de las esferas he querido meterme en la mente de una
persona perturbada, para ver qué salía de ahí.
—¿Algún escritor o cineasta del que admire cómo ha conseguido tratar la
enfermedad?
—Me interesan las narraciones donde el autor trata de meterse en la
mente de su protagonista e indagar ahí. Creo que la enfermedad de tipo mental
da más juego que la enfermedad meramente física. Quizá por eso me absorbió
mucho La tristeza del barro, de
Miguel Sánchez Robles.
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