miércoles, 30 de enero de 2013

Érase una vez...

Mis compañeros  del cole no lo entienden. Mi mamá es una gata y yo un pollito”, así comienza Marta Zafrilla su Hijito Pollito (con ilustraciones de Nora Hilb).
Desde tiempos inmemoriales los niños se han sentado alrededor de la lumbre a escuchar historias de sus ancianos. Y todas ellas tenían una moraleja, más o menos clara: el respeto a los mayores, la obligación de no mentir, la precaución con los extraños...
Cuentos populares que llevaban incorporados los prejuicios de la época: machismo, autoritarismo, propensión a la violencia y en determinados  casos la precaución con los extraños se transformaba en miedo o rechazo al diferente.
¿Los tiempos cambian? No tanto cuando en 2011 un 41% de los alumnos se cambiaría de asiento si se entera de que su compañero es gay (datos del Ministerio de Igualdad).
Así que el cuento, modificado en sus objetivos, es un instrumento para formar una sociedad más avanzada. Y para entretener, si alcanza la calidad de este Hijito Pollito. Aunque adivino que los que pontifican desde las iglesias clamarán contra tamaña aberración. “Adoctrinamiento, ¡un pollito con una mamá gata!”, dogmatizarán desde el púlpito
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