martes, 19 de febrero de 2013

Salva Ballesta y la hinchada española

Algún estudio (me parece que no me lo he inventado) relacionaba la estupidez con el olfato de gol. El que piensa, duda. También los testarazos al balón con la pérdida de neuronas.
Siempre vi así a Salva Ballesta: escaso cerebro y una biografía en la que, legítimamente, pasó de demostrar a cada paso su españolismo (ningún problema: fue un invento de los nacionalismo periféricos, aceptado sin presentar batalla de ideas por la izquierda española, de que existen nacionalismos buenos -catalán o vasco- y nacionalismos malos -el español o castellano) a mostrar lo que podríamos calificar con ideas próximas o directamente franquistas y dictatoriales: su admiración por pilotos franquistas, el deseo de conocer a Tejero, su reacción ante el 11M apostando por una Noche de Cuchillos Largos...
Parte de la afición del Celta de Vigo exigió, y consiguió, que su presidente no lo fichara como segundo entrenador. Hasta aquí bien, pero (como alertaba John Carlin, autor de la obra en la que se basa Invictus de Clint Eastwood (aquí crítica mía), en un artículo en El País) en España hay una permisividad con el racismo (y otro tipo de insultos) en los estadios de fútbol inconcebible en las democracias avanzadas (¿somos una democracia avanzada?). Lo denunció Alves en el Bernabéu y, escribía John Carlin, la mayoría de los españoles le prestábamos atención al hecho de que Messi le hubiera faltado al respeto a Karanka. El propio Alves reconocía que no es el Bernabéu el peor de los campos de España (también en el Camp Nou se escuchan insultos racistas, pero eso ya no lo mencionó).
Pero además del racismo (o la homofobia contra Guti y Michel, por citar dos ejemplos), existen otras forma sde comportamientos intolerables en una sociedad civilizada: las burlas sobre la muerte de Antonio Puerta o hace unos años sobre el hijo de Pirri o el de Mijatovic o la afición tan politizada del Celta que cantaba "Salva Ballesta, tiro en la testa" a la vez que jaleaba para que los etarras lo asesinaran.
A la mayoría de futbolistas les falta el valor de abandonar (ambos equipos al completo) un campo donde se produzcan insultos racistas o se rían de la muerte de un compañero. Pero, por un Salva Ballesta, hay cientos de aficionados que exhiben (y proclaman) sus ideas totalitarias: sea con vivas a ETA o con vivas a Franco. 
Y las autoridades miran a otro lado mientras los forofos idiotizados silban por negro, español o catalán al futbolista que mañana aplaudirán si marca un par de goles. 
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