martes, 13 de agosto de 2013

La corrupción entre los empleados públicos españoles

En el artículo Vuelva usted mañana (El Pobrecito Hablador, número 11, enero de 1833), Mariano José de Larra fustiga la pereza del español, aunque con el tiempo nos hemos quedado tan solo con la pereza del funcionariado, una imagen que nos ha llegado apenas matizada al siglo XXI.
Tras el paro, el principal problema de los españoles es la corrupción que, de una u otra manera, afecta a los partidos políticos e instituciones públicas.

Sin embargo, el catedrático de Sociología, Enrique Gil Calvo (en su artículo Integridad pública, venalidad privada), toma el Índice de percepción de la corrupción 2012 y el Barómetro Global de la Corrupción de 2013: en el primero, que investiga sobre todo prácticas de soborno, España se encuentra en el puesto número 30, empatada con Botsuana (solo hay veintinueve países donde la corrupción sea menor que aquí; Francia está en el puesto e Italia en la posición 72); en el segundo, que evalúa el impacto de la corrupción por sectores institucionales, se ve que afecta al Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial, pero nuevamente, por comparar con nuestro entorno, en cuanto a los trabajadores públicos (médicos, maestros, policías, funcionarios varios...), existe menos corrupción entre los españoles que entre los franceses e italianos. En España se produce mucho menos la mordida mejicana de un policía que el hoy por ti mañana por mí de la recalificación de terrenos.
Es entre los cargos públicos elegidos por nosotros y por el personal de confianza escogido por ellos donde se da la mayor corrupción en España: en el proceso de privatización, por ejemplo, de un servicio de todos que hasta la fecha realizaban servidores públicos y que ahora gestiona una empresa privada. Mejorable nuestro índice de corrupción también entre los trabajadores públicos (por descontado que aún estamos muy alejados de los países nórdicos), pero es necesario que se conozcan estos datos cuando determinados políticos apuestan por la privatización para luego preguntarle "¿te toca a ti algo?". 
Si resulta que las otras dos aseveraciones: "la empresa privada es más barata y eficaz", con datos en las manos no se corresponden a la verdad, habrá que comenzar a desandar el camino que entusiasmados emprendieron Felipe González y José María Aznar. 
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