jueves, 1 de octubre de 2015

Final de partida, de Ana Romero

Veinticinco monarquías sobreviven, de ellas quince son parlamentarias, "instituciones del pasado que basan su utilidad presente en una mezcla de pragmatismo y de ligazón sentimental con los ciudadanos [...] En ningún caso (sirven) para dar malas noticias o para inquietar a la opinión pública, que fue lo que empezó a hacer la familia española a partir del otoño de 2011".
La periodista Ana Romero, que trabajaba en El Mundo encargada de las noticias de la Corona en los últimos años del reinado de Juan Carlos I, escribe en Final de partida la crónica de los hechos que condujeron a su abdicación.

En ese tiempo se produce una doble crisis: familiar (el caso Noos, las desavenencias de parte de la familia real con la entonces aún la reina Letizia, entre Juan Carlos y Sofía, Corinna zu Sayn-Wittgenstein) y del país (económica y territorial), todo ello con un rey anciano que quiere disfrutar más de su vida personal pero sin renunciar al trono, por lo menos no hasta cumplir cuarenta años en él.
Aunque su relato cubre a partir del sábado 8 de mayo de 2010 en el hospital Clínic de Barcelona, advierte que "hay que remontarse al año 2004 para encontrar el triple momento en el que se sembraron las semillas de la destrucción; en febrero conoció a CSW; en abril entró en prisión -aunque solo por dos meses- su hermano de sangre e intendente real, Manuel Prado y Colón de Carvajal, y en verano, el monarca hizo un préstamo-donación de más de un millón de euros a la infanta Cristina, para que esta, junto a su marido, adquiriera en octubre de ese mismo año el palacete de Pedralbes por un total de siete millones de euros".
En 2012 aún los grandes medios de comunicación, empresarios y políticos apoyan a Juan Carlos I, inician una campaña para mejorar su imagen (aunque esa ligazón con grandes medios, empresariado  y políticos, en plena crisis, no resulta buena para unos ni para otro), la Casa Real ficha a Enrique Ayuso, pero "nada de esto entendió, el rey, que desoyó la última oportunidad que España le brindaba para mantenerse al frente de la Corona". En ese año sus hijos le piden que termine la relación con CSW. Y es en 2012 cuando tiene lugar su escapada secreta a Botswana, en un momento en que en España el 27 por ciento de la población activa se encuentra en paro, Rajoy ha subido los impuestos y concedido su amnistía fiscal, Argentina nacionaliza Repsol-YPF, la prima de riesgo se sitúa por encima de los 400 puntos...
Rafael Spottorno, Javier Ayuso, Félix Sanz Roldán y Domingo Martínez Palomo tratan de reconducir la situación, lo que resulta imposible, y se prepara la abdicación (Felipe González tuvo un papel clave).  Confinamiento en régimen de incomunicación, así definen amigos esos meses, otros opinan que el gran egoísta ha recogido lo sembrado (a lo largo de los años, según los testigos -anónimos- de la periodistas: Juan Carlos siempre piensa en sí mismo o en España, nunca en la otra persona, que es de usar y tirar)
Juzga con severidad la periodista Ana Romero a Juan Carlos I (también a su familia, empezando por Sofía, tan incapaz como él de educar a sus hijos); revela los gestos que vieron muchos españoles o los que solo los corresponsales pudieron observar; los que destapaban periodistas extranjeros y los que solo, primero los digitales y después El Mundo poco a poco divulgaron; el papel que pudo jugar Arabia Saudí y Emiratos Árabes para construir y consolidar su fortuna (¿Juan Carlos I facilitaba negocios para España a cambio de una comisión, como una comisión obtenía CSW dado su contacto con Juan Carlos I?)
En su epílogo ("Don Juanito, sin imposturas") trata de explicar el porqué de este gran egoísta. También recurre a Paul Preston, quizá su mejor biógrafo: "En 2014, aun sin querer dejar el trono, entendió que era la única manera de asegurar la supervivencia de la dinastía que representa".
Cómo se llegó al final de partida, contra su voluntad, a regañadientes o convencido, es loo que trata de explicar Ana Romero, con mucha fuentes (la mayoría anónimas, quizá el mayor emérito de este libro), las noticias publicadas por el suyo u otros periódicos y su propias vivencias personales en los años en que cubrió para El Mundo la información sobre la Monarquía. En algunos momentos se queda en la crónica rosa, en otros la transciende: hasta que no transcurran los años y sea el momento de los biógrafos como Preston estas crónicas irán desvelando detalles, aclarando en algunos casos, en otros confundiendo al lector interesado.

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