El western es el género norteamericano por excelencia. Tanto es así que entre 1910 y 1960, según el crítico J. Hoberman, una cuarta parte de las películas realizadas en Hollywood fueron del oeste. Afirmaba André Bazin que ha nacido del encuentro de una mitología con un medio de expresión. Sin embargo, hay que recordar que cuando se rodó el primer western de la historia, Asalto y robo de un tren (Porter, 1903), aún vivían los últimos cowboys. Sin duda John Ford es quien mejor comprende la necesidad que los humanos tenemos del mito, pero en su cine también nos muestra cómo la historia se convierte en leyenda. Tanto en Fort Apache (1948) como en El hombre que mató a Liberty Valance (1962) sabemos la verdad de los hechos. Pero en la primera, el personaje interpretado por John Wayne, quien había intentado que su superior no se enfrentara a los indios, convierte ante las nuevas promociones de soldados, los érrores de éste en heroicidades. Mientras que en Liberty Valance los propios periodistas rechazan escribir sobre la verdad.
Por otro lado, el western pretende ser un relato bélico de la victoria norteamericana. Incluso las derrotas, desde El Álamo hasta la heroica muerte de Custer, son simples preludios de movilización para la victoria. Abuelos, padres, hijos, todos ellos crecieron aplaudiendo la matanza final, cuando en el instante último se escuchaba la corneta y la caballería salvaba la caravana o el héroe rescataba a la mujer blanca de los indios.
El blanco que vivía en la frontera asimilaba los rasgos más útiles del indio, como su amor a la naturaleza. En ocasiones, su acción provocaba una reacción de los indios. Sin embargo, y desde sus orígenes, este relato bélico fue esencialmente defensivo, donde la rectitud de las acciones americanas quedaba avalada no sólo por los muchos indios que morían, sino también por los pocos americanos que los mataban. En La Diligencia (John Ford, 1938) la proporción de bajas es de dieciséis a una. Una canción de Bob Dylan, With god our side, pone palabras al sentimiento norteamericano de ser el pueblo elegido. (Oh the history books tell it // They tell it so well // The cavalries charged // The Indians fell // The cavalries charged // The Indians died // Oh the country was young // With God on its side).
También ha habido películas que muestran simpatía por los indios, aunque en último término acaban justificando su exterminación física o la desaparición de su modo de vida: aunque sea por una especie de darwinismo social que convierte a los indios en dinosaurios prestos a desaparecer. Por ejemplo, en Flecha Rota (Delmer Daves, 1950), historia de convivencia y amor interracial, nos encontramos con Cochise, el indio bueno asimilado, y con Gerónimo, el indio malo. Incluso en Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990), un mal western contemporáneo que transmite un fácil y muy rentable mensaje pacifista y ecologista, los indios buenos de Kevin Costner, equipados con armamento moderno, hacen una matanza del indio malo.
Bien es cierto que a partir de los años 60’, junto a una serie de películas que muestran el cansancio del héroe o el fin de la frontera, aparecen otras donde se mira con abierta simpatía, no sólo al indio, sino también sus costumbres. Teniendo mucho que ver con la aparición de los hippies, tan parecidos a los indios. Es en esta época donde el relato bélico americano comienza a hacer aguas. Un historiador, Tom Engelhardt, lo ha titulado El fin de la cultura de la victoria. Después del lanzamiento de la bomba atómica, los norteamericanos comienzan a dudar que sus hijos vayan a heredar la tierra, el relato ya no puede ser exclusivamente de buenos contra malos, no existen nuevos horizontes, el sueño de una nueva frontera espacial, alentada por Kennedy, fallece con el presidente. Con ese mismo presidente que los embarca en Vietnam, para luego salir de allí de la mano de otro presidente, que dimitirá por mentir y espiar a sus compatriotas. Expulsados los norteamericanos del Vietnam por otro equivalente moderno de los indios, sufrirán un atentado terrorista en el corazón de su patria, vencerán luego en dos guerras, Afganistán e Irak, y comprenderán que esas victorias no sirven para nada. Que ya nunca podrán contarles a sus nietos historias de guerras como las que ganaban sus abuelos. El western ha dejado de existir, aunque películas como Brokeback mountain utilicen algunas claves del género, la mirada inocente del espectador se ha perdido.
PD: Un director de cine vale lo que su mejor western.
Por otro lado, el western pretende ser un relato bélico de la victoria norteamericana. Incluso las derrotas, desde El Álamo hasta la heroica muerte de Custer, son simples preludios de movilización para la victoria. Abuelos, padres, hijos, todos ellos crecieron aplaudiendo la matanza final, cuando en el instante último se escuchaba la corneta y la caballería salvaba la caravana o el héroe rescataba a la mujer blanca de los indios.
El blanco que vivía en la frontera asimilaba los rasgos más útiles del indio, como su amor a la naturaleza. En ocasiones, su acción provocaba una reacción de los indios. Sin embargo, y desde sus orígenes, este relato bélico fue esencialmente defensivo, donde la rectitud de las acciones americanas quedaba avalada no sólo por los muchos indios que morían, sino también por los pocos americanos que los mataban. En La Diligencia (John Ford, 1938) la proporción de bajas es de dieciséis a una. Una canción de Bob Dylan, With god our side, pone palabras al sentimiento norteamericano de ser el pueblo elegido. (Oh the history books tell it // They tell it so well // The cavalries charged // The Indians fell // The cavalries charged // The Indians died // Oh the country was young // With God on its side).
También ha habido películas que muestran simpatía por los indios, aunque en último término acaban justificando su exterminación física o la desaparición de su modo de vida: aunque sea por una especie de darwinismo social que convierte a los indios en dinosaurios prestos a desaparecer. Por ejemplo, en Flecha Rota (Delmer Daves, 1950), historia de convivencia y amor interracial, nos encontramos con Cochise, el indio bueno asimilado, y con Gerónimo, el indio malo. Incluso en Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990), un mal western contemporáneo que transmite un fácil y muy rentable mensaje pacifista y ecologista, los indios buenos de Kevin Costner, equipados con armamento moderno, hacen una matanza del indio malo.
Bien es cierto que a partir de los años 60’, junto a una serie de películas que muestran el cansancio del héroe o el fin de la frontera, aparecen otras donde se mira con abierta simpatía, no sólo al indio, sino también sus costumbres. Teniendo mucho que ver con la aparición de los hippies, tan parecidos a los indios. Es en esta época donde el relato bélico americano comienza a hacer aguas. Un historiador, Tom Engelhardt, lo ha titulado El fin de la cultura de la victoria. Después del lanzamiento de la bomba atómica, los norteamericanos comienzan a dudar que sus hijos vayan a heredar la tierra, el relato ya no puede ser exclusivamente de buenos contra malos, no existen nuevos horizontes, el sueño de una nueva frontera espacial, alentada por Kennedy, fallece con el presidente. Con ese mismo presidente que los embarca en Vietnam, para luego salir de allí de la mano de otro presidente, que dimitirá por mentir y espiar a sus compatriotas. Expulsados los norteamericanos del Vietnam por otro equivalente moderno de los indios, sufrirán un atentado terrorista en el corazón de su patria, vencerán luego en dos guerras, Afganistán e Irak, y comprenderán que esas victorias no sirven para nada. Que ya nunca podrán contarles a sus nietos historias de guerras como las que ganaban sus abuelos. El western ha dejado de existir, aunque películas como Brokeback mountain utilicen algunas claves del género, la mirada inocente del espectador se ha perdido.
PD: Un director de cine vale lo que su mejor western.
2 comentarios:
Dejando las cosas claritas sobre el género y su presente/futuro.
No me hago, em cuesta hacerme a este género. No sé por qué, pero no me engancho.
Saludos y buen post.
Hola David: la comedia 30$0, el negro 40 y el western 40/50, son mi época favorita del western. Aunque ya no tiene futuro, salvo ejercicio de nostalgia. Tengo ganas de ver la de Mateo Gil. Pero como el musical está muerto. Un saludo
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