Donna Leon vive desde hace décadas en Venecia, de donde es también el comisario Brunetti, el personaje que le ha dado fama en veintiséis idiomas excepto el italiano, ya que, para conservar su privacidad, decidió hace tiempo que no se tradujera a ese idioma. Nacida en 1942, fue en 1965 cuando conoció Italia, tan bien que nos presenta una Venecia y sus alrededores alejada de la postal, lo que no significa que los turistas no deambulen por la ciudad de monumento en monumento en un extenuante caminar en el que no tienen tiempo de aprehender nada. No resulta extraño que los venecianos de Donna Leon los miren con desprecio ni que la autora también haga lo mismo.
Guido Brunetti nació en 1992 en Muerte en La Fenice y llegó acompañado de su muy noble familia: su esposa Paola, profesora de literatura y devota de Henry James: «Tenía la tez clara y el pelo cobrizo que se ve en muchos retratos de las venecianas del siglo XVII. No era una belleza según los cánones; tenía la nariz un poco larga y el mentón más que un poco enérgico» y sus hijos Rafi y Chiara; además de los padres de ella: el conte y la contessa Falier que ayudarán a Brunetti en algunos casos, aunque el comisario no siempre vea bien los círculos de poder y dinero en que se mueve su suegro. Junto a su familia, y siempre leales a Brunetti, el policía Vianello, convertido con el paso del tiempo en un ecologista antisistema, y la signorina Elettra, eficiente, y vestida siempre a la moda, secretaria del vicecuestore Patta, que, saltándose la ley en muchos casos, escarba en los archivos informáticos para encontrar información para Guido. Queriendo como uno quiere a Paola, no es extraño fantasear con un romance entre el comisario y la a veces misteriosa secretaria que ocupa un puesto que, por conocimientos, se le queda pequeño. Los malos, o mejor las moscas que impiden hacer el trabajo, son Patta y el teniente Scarpia, los dos del sur de Italia (napolitanos y sicilianos son para los venecianos —e incluso para la propia Donna Leon en algunas descripciones— sinónimos de corrupción y violencia). Pero el comisario Brunetti sabe cómo tratar a Patta: todo depende de que este último crea que las ideas parten de él.
La moderna novela negra no recrea ciudades y tiempos pretéritos: no hay gangster en Chicago ni rubias platino ahogadas en la mansión de un millonario en Los Ángeles: el inspector Rebus de Ian Rankin se patea las calles de Edimburgo, al igual que hace el detective Jaritos de Petros Markaris en Atenas: hay asesinatos de independentistas, cumbres antiglobalización, las secuelas que deja la dictadura griega o una Atenas sumida en el caos circulatorio desde las Olimpiadas. Sin embargo, es Donna Leon quien se plantea como obligación recorrer las alcantarillas de la ciudad: las bases americanas en Italia, la denuncia del Opus Dei, el asesinato de un travesti, el turismo sexual en Asia, el colaboracionismo con la Alemania nazi, las piedras ensangrentadas en África, el tráfico ilegal de menores y, en su última novela publicada en España, La otra cara de la verdad: la basura química y radioactiva que las empresas europeas descargan en el sur de Italia o África. «Mientras sigan existiendo problemas, seguiré escribiendo, y, cada día, incremento mi material», asegura la autora. Quienes conocemos a Brunetti desde hace diecinueve novelas, ya sabemos que nunca conseguirá una victoria completa, sólo pequeñas batallas ganadas. Lo que no significa la pérdida de la inocencia y sí el consuelo de los clásicos como Tacito o Cicerón; su mujer, sin embargo, más radical, de izquierdas, en sus opciones políticas que él, conforme avanza la trama y también se desencanta, no duda en utilizar la influencia de su padre el conde para lograr sus objetivos.
El verano es un buen momento para la novela detectivesca, además del fenómeno de Millenium, Michael Connelly, Ian Rankin, Markaris, Donna Leon, Lorenzo Silva o Fred Vargas, la mayoría en bolsillo a precio económico, son aciertos seguros para llevarlos en el equipaje de viaje.
PD. Las últimas novelas de Brunetti me están gustando menos que las anteriores
Guido Brunetti nació en 1992 en Muerte en La Fenice y llegó acompañado de su muy noble familia: su esposa Paola, profesora de literatura y devota de Henry James: «Tenía la tez clara y el pelo cobrizo que se ve en muchos retratos de las venecianas del siglo XVII. No era una belleza según los cánones; tenía la nariz un poco larga y el mentón más que un poco enérgico» y sus hijos Rafi y Chiara; además de los padres de ella: el conte y la contessa Falier que ayudarán a Brunetti en algunos casos, aunque el comisario no siempre vea bien los círculos de poder y dinero en que se mueve su suegro. Junto a su familia, y siempre leales a Brunetti, el policía Vianello, convertido con el paso del tiempo en un ecologista antisistema, y la signorina Elettra, eficiente, y vestida siempre a la moda, secretaria del vicecuestore Patta, que, saltándose la ley en muchos casos, escarba en los archivos informáticos para encontrar información para Guido. Queriendo como uno quiere a Paola, no es extraño fantasear con un romance entre el comisario y la a veces misteriosa secretaria que ocupa un puesto que, por conocimientos, se le queda pequeño. Los malos, o mejor las moscas que impiden hacer el trabajo, son Patta y el teniente Scarpia, los dos del sur de Italia (napolitanos y sicilianos son para los venecianos —e incluso para la propia Donna Leon en algunas descripciones— sinónimos de corrupción y violencia). Pero el comisario Brunetti sabe cómo tratar a Patta: todo depende de que este último crea que las ideas parten de él.
La moderna novela negra no recrea ciudades y tiempos pretéritos: no hay gangster en Chicago ni rubias platino ahogadas en la mansión de un millonario en Los Ángeles: el inspector Rebus de Ian Rankin se patea las calles de Edimburgo, al igual que hace el detective Jaritos de Petros Markaris en Atenas: hay asesinatos de independentistas, cumbres antiglobalización, las secuelas que deja la dictadura griega o una Atenas sumida en el caos circulatorio desde las Olimpiadas. Sin embargo, es Donna Leon quien se plantea como obligación recorrer las alcantarillas de la ciudad: las bases americanas en Italia, la denuncia del Opus Dei, el asesinato de un travesti, el turismo sexual en Asia, el colaboracionismo con la Alemania nazi, las piedras ensangrentadas en África, el tráfico ilegal de menores y, en su última novela publicada en España, La otra cara de la verdad: la basura química y radioactiva que las empresas europeas descargan en el sur de Italia o África. «Mientras sigan existiendo problemas, seguiré escribiendo, y, cada día, incremento mi material», asegura la autora. Quienes conocemos a Brunetti desde hace diecinueve novelas, ya sabemos que nunca conseguirá una victoria completa, sólo pequeñas batallas ganadas. Lo que no significa la pérdida de la inocencia y sí el consuelo de los clásicos como Tacito o Cicerón; su mujer, sin embargo, más radical, de izquierdas, en sus opciones políticas que él, conforme avanza la trama y también se desencanta, no duda en utilizar la influencia de su padre el conde para lograr sus objetivos.
El verano es un buen momento para la novela detectivesca, además del fenómeno de Millenium, Michael Connelly, Ian Rankin, Markaris, Donna Leon, Lorenzo Silva o Fred Vargas, la mayoría en bolsillo a precio económico, son aciertos seguros para llevarlos en el equipaje de viaje.
PD. Las últimas novelas de Brunetti me están gustando menos que las anteriores
1 comentarios:
Me gusta tu blog. Y me encantan tanto Venecia como Donna Leon. Un besazo. Muaaaka!
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