España es un país de !!!! millones de parados (según las últimas estadísticas). Y el desempleo cambia la fisonomía de los pueblos. En Caravaca por ejemplo la crisis es un atardecer: cierra el supermercado DIA y las mamás se agolpan en los contenedores mientras los niños juegan en la plaza Juan Pablo II. Rebuscan en la basura las sobras perecederas: el pan, la leche, los yogures, la carne. Muchas horas antes, el mismo pueblo, unas calles más allá amanece: es el quiosco de la Isa y los inmigrantes, como también lo son las mujeres que rebuscan la basura, esperan en la placeta la furgoneta que los llevará a la obra o al campo. Sólo que no llega.
Los recién llegados son las primeras víctimas: dejaron sus países persiguiendo el sueño español, que es igual que el americano pero construido con ladrillo y sueldos de hambre, y se ha transformado en pesadilla. No son los únicos afectados: en la biblioteca del pueblo un joven estudia unas oposiciones condenado a envejecer en casa de sus padres; una tienda se cierra: era el primer negocio de un comerciante que se creyó aquello de que en pocos años superaríamos económicamente a Francia; y un hombre rumia en el bar su amargura de desempleado entre trago y trago de licor barato (llevaba bregando desde los 16 años y ahora se descubre dueño de la nada). Todas estampas de la crisis, aunque ninguna retrata tan bien una ciudad agonizante como los grupos de hombres taciturnos que ocupan día sí y día también los bancos de los parques con la litrona calentándose entre las piernas y comiendo de forma mecánica pipas. Si hubiera palomas tal vez les echarían de comer o las echarían a la cazuela. Porque están aquí, han vuelto, los tiempos de Carpanta.
Los recién llegados son las primeras víctimas: dejaron sus países persiguiendo el sueño español, que es igual que el americano pero construido con ladrillo y sueldos de hambre, y se ha transformado en pesadilla. No son los únicos afectados: en la biblioteca del pueblo un joven estudia unas oposiciones condenado a envejecer en casa de sus padres; una tienda se cierra: era el primer negocio de un comerciante que se creyó aquello de que en pocos años superaríamos económicamente a Francia; y un hombre rumia en el bar su amargura de desempleado entre trago y trago de licor barato (llevaba bregando desde los 16 años y ahora se descubre dueño de la nada). Todas estampas de la crisis, aunque ninguna retrata tan bien una ciudad agonizante como los grupos de hombres taciturnos que ocupan día sí y día también los bancos de los parques con la litrona calentándose entre las piernas y comiendo de forma mecánica pipas. Si hubiera palomas tal vez les echarían de comer o las echarían a la cazuela. Porque están aquí, han vuelto, los tiempos de Carpanta.
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