Cecil B. DeMille |
Es cierto que no hay en la filmografía de Cecil B. DeMille la profundidad de algunos títulos señeros de Hawks o Ford, pongamos por ejemplo Río Rojo y Liberty Valance. Las películas de DeMille no te hacen pensar, pero durante hora y media o dos horas te olvidas de las preocupaciones y disfrutas de títulos como Los diez mandamientos, Los inconquistables o Policía montada del Canadá.
Cecil B. DeMille es como un primer Spielberg, un Spielberg primerizo al que todavía no le habían comido la cabeza con que tenía que hacer cine de autor, películas que trascendieran como ese coñazo de Amistad o la Lista o Soldado Ryan: parece como si necesitara decir la última palabra en cada tema que toca, ya sea la II Guerra Mundial, la esclavitud, el Holocausto...
Cecil B. DeMille fue el director más grande de su época, el que iba siempre delante del título, la mayoría de su filmografía es difícil de rastrear porque ya en los años diez del siglo XX, tenía películas. Es decir, proviene del mudo, con todo lo que significa de dominio de los códigos puramente cinematográficos, aunque también de ciertas ingenuidades que pasaron a su cine sonoro: en algunas ocasiones, tomar al espectador por más tonto de lo que es.
Hay que disfrutar de DeMille como se hace con Wilder o con Hitchcock o con Capra, aun sabiendo que nunca figurará en ninguna lista de mejores directores de la Historia como estos últimos. Pero en entretenimiento y en esa aproximación casi pornográfica a las figuras religiosas resulta insuperable.
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