Ésta es la historia de dos mujeres, Judit Alberich y Fatima Ghailan, y la constatación de un hecho: en este país la igualdad es clasista. O como escribió Orwell: «Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».
La segunda, Fatima, es una trabajadora del Ayuntamiento que sufre el acoso de una turba encabezada por el imán de Cunit. La primera, Judit, es la alcaldesa del municipio, y ella y su formación han tomado partido por la turba. Fatima es musulmana, lleva diecinueve años en España con su marido y sus dos hijos. Conduce, viste jeans, come y bebe cuando y lo que le apetece… Esos son sus «pecados». La Alcaldesa milita en el PSC, ese partido que de la igualdad hizo su bandera pero que en Cunit se dedica a repartir octavillas solidarias. Solidarias con Judit, no con Fatima.
Dejen volar su imaginación: Fátima (ahora lleva tilde) es blanca, el tarugo de su marido y el cura del pueblo la acosan y el alcalde, del PP por supuesto, los apoya. ¿Cuánto tardaría la Ministra de Igualdad en denunciar el hecho?
En Cunit y otros pueblos de Tarragona la población inmigrante se acerca al 18%, la mitad de origen musulmán. Y continúa creciendo porque el envejecimiento de los europeos la hace inevitable. Urge por tanto una política de integración que haga hincapié en sus derechos pero también en sus deberes. El multiculturalismo ha fracasado en Holanda en una derrota tras otra de la civilización (asesinato de Theo van Gogh, expulsión de Ayaan-Hirsi-Ali) o en Inglaterra (leer los primeros capítulos de ¿Quién mató a Daniel Pearl?). Pero en España el multiculturalismo en vez de una teoría es una táctica: enterrar la cabeza como el avestruz. Siempre la maldita paz social, así ha justificado la Alcaldesa de Cunit su intercesión ante la policía para que no detuviera al imán. Este Gobierno debería abrir un diálogo de civilizaciones con los laicos, las mujeres obligadas a llevar burka o que sufren la ablación, los demócratas, los homosexuales a los que pueden lapidar. Pero nunca con sus torturadores.
La segunda, Fatima, es una trabajadora del Ayuntamiento que sufre el acoso de una turba encabezada por el imán de Cunit. La primera, Judit, es la alcaldesa del municipio, y ella y su formación han tomado partido por la turba. Fatima es musulmana, lleva diecinueve años en España con su marido y sus dos hijos. Conduce, viste jeans, come y bebe cuando y lo que le apetece… Esos son sus «pecados». La Alcaldesa milita en el PSC, ese partido que de la igualdad hizo su bandera pero que en Cunit se dedica a repartir octavillas solidarias. Solidarias con Judit, no con Fatima.
Dejen volar su imaginación: Fátima (ahora lleva tilde) es blanca, el tarugo de su marido y el cura del pueblo la acosan y el alcalde, del PP por supuesto, los apoya. ¿Cuánto tardaría la Ministra de Igualdad en denunciar el hecho?
En Cunit y otros pueblos de Tarragona la población inmigrante se acerca al 18%, la mitad de origen musulmán. Y continúa creciendo porque el envejecimiento de los europeos la hace inevitable. Urge por tanto una política de integración que haga hincapié en sus derechos pero también en sus deberes. El multiculturalismo ha fracasado en Holanda en una derrota tras otra de la civilización (asesinato de Theo van Gogh, expulsión de Ayaan-Hirsi-Ali) o en Inglaterra (leer los primeros capítulos de ¿Quién mató a Daniel Pearl?). Pero en España el multiculturalismo en vez de una teoría es una táctica: enterrar la cabeza como el avestruz. Siempre la maldita paz social, así ha justificado la Alcaldesa de Cunit su intercesión ante la policía para que no detuviera al imán. Este Gobierno debería abrir un diálogo de civilizaciones con los laicos, las mujeres obligadas a llevar burka o que sufren la ablación, los demócratas, los homosexuales a los que pueden lapidar. Pero nunca con sus torturadores.
1 comentarios:
Decía Ernesto Sábato que madurar consiste en ir aceptando todas las hipocresías y crueldades de la vida. O sea (decía él), irse convirtiendo en un cochino. Pues lo mismo tenía razón
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