Últimamente son noticia los curas abusadores de niños. No es que se hayan aficionado ahora a los tocamientos de púberes e impúberes, la práctica es tan antigua como aprovecharse del secreto de confesión de las mujeres. Ana Ozores y don Fermín, ya saben. Y parece injusto condenar a todo un colectivo (si nos atenemos a informaciones recientes podríamos colegir que deporte y pederastia también van de la mano). Si Joseph Ratzinger (Benedicto XVI para los suyos) conocía, y ocultó, abusos en Alemania, tendría que estar en la cárcel (una sugerencia para Garzón). Pero no tiene sentido que la Iglesia en general pida perdón, como pretendía en un artículo de El País Jorge M. Reverte, sobre las vejaciones a las que los sometían los curas Bolita y Laudelino.
Hace unos años comenzó una moda tonta (o políticamente correcta) de exigir que se pidiera perdón por la Inquisición, el Holocausto, la conquista de América, etc. (siempre era el hombre blanco el que debía pedir perdón). ¿Heredamos los pecados de nuestros antepasados? Además, ¿quién es el Estado para pedir disculpas por Pizarro? ¿Querrá Pizarro el perdón de los indios? A la moda de hace unos años, se ha unido la de las indemnizaciones: desde los moriscos a las represaliadas andaluzas del franquismo. ¿Pero qué tengo que ver yo, o mis impuestos (que de eso se trata) con Franco? Entiendo que debemos hacernos responsables de lo ocurrido en democracia, pero no antes.
Junto a esto, familiares de víctimas del franquismo exigen que las condenas de este régimen desaparezcan. No es que esté en contra. Pero qué deshonra hay para Miguel Hernández el que una dictadura criminal lo dejara morir de hambre en la prisión. Sentimos tristeza cuando escuchamos sus versos en el magnífico disco de Serrat: «Porque soy como el árbol talado que retoño porque aún tengo la vida».
Como las cicatrices de guerra o del amor, hay ciertas condenas que se deben llevar con orgullo.
Hace unos años comenzó una moda tonta (o políticamente correcta) de exigir que se pidiera perdón por la Inquisición, el Holocausto, la conquista de América, etc. (siempre era el hombre blanco el que debía pedir perdón). ¿Heredamos los pecados de nuestros antepasados? Además, ¿quién es el Estado para pedir disculpas por Pizarro? ¿Querrá Pizarro el perdón de los indios? A la moda de hace unos años, se ha unido la de las indemnizaciones: desde los moriscos a las represaliadas andaluzas del franquismo. ¿Pero qué tengo que ver yo, o mis impuestos (que de eso se trata) con Franco? Entiendo que debemos hacernos responsables de lo ocurrido en democracia, pero no antes.
Junto a esto, familiares de víctimas del franquismo exigen que las condenas de este régimen desaparezcan. No es que esté en contra. Pero qué deshonra hay para Miguel Hernández el que una dictadura criminal lo dejara morir de hambre en la prisión. Sentimos tristeza cuando escuchamos sus versos en el magnífico disco de Serrat: «Porque soy como el árbol talado que retoño porque aún tengo la vida».
Como las cicatrices de guerra o del amor, hay ciertas condenas que se deben llevar con orgullo.
1 comentarios:
Totalmente de acuerdo con tus reflexiones. Los católicos creen que las culpas se heredan (Adán y Eva empezaron el tinglado), pero no comparto esa teoría. En cuanto al asunto de Miguel Hernández, no te preocupes: no se trata de pedir justicia a posteriori, o de lavar culpas antiguas, o de restañar heridas enmohecidas: es un simple rédito buenista/electoral. Sólo eso. Únicamente eso. Miserablemente eso
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