Ningún país más necesitado de que
definan su imagen desde el exterior que España; y pocos países también donde
esa idea que se tiene de él en el extranjero creemos que está conformada en
base a lugares comunes.
En 2012 regresó el interés por España que llevaba unas décadas tan aburrida como Suiza. Una España entera
como Las Hurdes que retratara Buñuel en Tierra sin pan. Los medios foraneos,
con los norteamericanos a la cabeza, se han preocupado de la secesión catalana,
el uso de pelotas de goma por parte de la policía y, sobre todo, del hambre y
de la rabia que apareja la pobreza y las mentiras del Gobierno.
A la cabeza, el New York Times,
con un extraordinario reportaje fotográfico del español Samuel Aranda (ganador
del Word Press Photo 2011). Su España la podemos ver todos los días, acusarlo
de sensacionalista es chocar contra la realidad, no solo de las grandes urbes,
también de pueblos como Caravaca. Pero las críticas han arreciado: se dividen
entre las patrióticas: un español arruinando el escaso prestigio de su país; y otras
éticas, sobre su recurso al blanco y negro («Lo he hecho siempre así enAsia o África pero ahora en España parece que he cometido un delito.») que sí
merecen considerarse.
Como teórico del cine, Jacques
Rivette planteó la abyección del uso del travelling
en un suicidio en un campo de concentración de la película Kapo: «Aquel que decide, en ese momento,
hacer un travelling de aproximación
para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de inscribir
exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo
sólo merece el más profundo desprecio». La reflexión de Rivette, o la
inescrutable de Godard («el travelling es una cuestión moral»), han dividido desde
entonces a los cinéfilos (en Shutter
Island, un travelling de Scorsese
se asemejaba al de Pontecorvo en Kapo).
Pero, Holocausto o no, se trata de arte, mientras que el periodismo no debe
embellecer o afear la realidad. Arcadi Espada, refiriéndose a este
fotorreportaje, escribe sobre la inmoralidad del blanco y negro y Elvira Lindo
señala «el problema es que el blanco y negro posee un esteticismo retro que
distorsiona la verdad». Y la verdad es
que en España se pasa hambre, pero todavía no ese hambre de siglos que vivieron
nuestros abuelos. Esta España aún no es la de la posguerra; o la de los años 20
en la que vive esa Blancanieves (en blanco y negro) muda, hija de un torero,
con su corte de enanos y bufones en una cortijada andaluza. La
que ha parido el cineasta Pablo Berger. Para el cine, el blanco y negro; para
la realidad, el color, aunque sea tan rojo como la sangre que hicieron correr
en Madrid antidisturbios.
El famosísimo travelling de Kapo
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