A Laurence Rees se le aprecia en cada línea su trabajo de documentalista y productor para la BBC.
A puerta cerrada. Historia oculta de la II Guerra Mundial pretende ser -digo pretende porque cualquier lector familiarizado con la II Guerra Mundial ha leído estas historias antes en Max Hastings, Beevor y muchos otros- lo que su nombre indica: lo desconocido de la guerra, bien porque trataran de ocultarlo sus protagonistas o porque no se le haya dado hasta la fecha demasiada atención.
Rees centra este libro, esta historia de historias, en la relación entre los tres dirigentes aliados: Roosevelt, Churchill y Stalin. Sus encuentros, sus desencuentros, en el que el tercero engaña -más bien se dejan engañar, tanto Churchill como Roosevelt creían en determinadas fechas que habían logrado establecer una relación de amistad con el georgiano- a los otros dos. Desde el pacto Molotov y Ribbentrop, pasando por la guerra entre la Unión Soviética y Finlandia (lo que ocurrió en la Polonia ocupada por los soviéticos, lo que sabían los aliados occidentales y soslayaron e impidieron que conociera la opinión pública, como Katyn) hasta las violaciones en masa que perpetraban los soviéticos cuando el Ejército Rojo avanzaba camino de Alemania. Los convoyes árticos; las conferencias (con especial hincapié en Teherán antes que en Yalta), los desencuentros Roosevelt-Stalin; el segundo frente, Montecasino, cómo veían los norteamericanos que por condiciones de la guerra tuvieron que vivir en Rusia a los rusos y cómo veían, sobre todo las rusas, a los americanos. Y la pregunta de si la reunión en octubre de 1944 entre Stalin y Churchill y su división de Europa en áreas de influencia era comparable a pacto Ribbentrop-Molotov en agosto de 1939. Siendo realistas, nada que hiciera Churchill podía impedir lo que ocurrió en Europa central y del este con un presidente Roosevelt enfermo y no demasiado preocupado por Europa (y sí por la ONU) y con el Ejército Rojo ocupando y represaliando -desde la cárcel al asesinato- a la disidencia en esos países, daba igual qu hubieran sido cómplices o no del nazismo. Pero como se le reconoce la decisión en 1940 a Churchill de que Gran Bretaña resistiera sola frente a Alemania (si Inglaterra se hubiera rendido, la guerra que deseaba Hitler habría terminado), tampoco se puede ocultar su pacto ruso, con el que, según él, se salvó Grecia... pero en algunos países, como explica Laurence Rees, no se considera la II Guerra Mundial acabada hasta que se libraron de la esclavitud soviética.
Entretiene, y mucho, esta A puerta cerrada de Laurence Rees. Aunque, como he escrito al principio, añada poco o nada a los interesados en la II Guerra Mundial.
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