martes, 8 de septiembre de 2009

Jordi Sevilla y César Molina

En la empresa privada se gana más que en la pública, pero los mejores abandonan el socialismo de Zapatero que se ha quedado con una ristra de actores secundarios que no pueden hacerle sombra. Dados los zorros en que ha dejado convertido el Partido Socialista, me temo que nos espera un tercer mandato suyo.
En una carta de despedida de la vida política en su blog, Jordi Sevilla escribía esto: "Siempre he pensado que hacerse mayor era ir aceptando que ya no “todo” es posible. Que con el paso del tiempo se van cerrando unos caminos y emprendemos otros con fuertes inercias hacia la irreversibilidad. Las “Vidas Paralelas” verdaderamente interesantes no son tanto las que escribió Plutarco comparando personajes griegos y romanos, sino aquellas otras que analizaran lo que hubiéramos podido vivir nosotros mismos si, en lugar de pasarnos aquello en aquel momento, nos hubiera pasado aquello otro igualmente posible. Repasando mi biografía desde esa óptica borgiana, me siento razonablemente satisfecho con “cómo me ha llevado la vida”, en expresión centroamericana".
¿Plutarco y Borges? Demasiado para Zapatero.
Sobre su marcha, Santiago González publica: ¿Por qué se van los mejores?
Y Gregorio Peces Barba en El País sobre la querencia del Presidente por la juventud: "En la preferencia del presidente del Gobierno de la juventud sobre la experiencia, está quizás el error más de fondo que ha podido propiciar estos lodos. Exilios externos como los de Jáuregui o López Aguilar, o internos como el de Jesús Quijano o Caldera, tienen sin duda mucho que ver con la bisoñez con la que se toman algunas decisiones".
Y Pedro G. Cuartango: Tutores Molestos, en El Mundo
"No sé si la historia se repite, pero lo que sí se repiten son los dramas de Shakespeare. Encontramos en su obra una vasta panoplia de personajes que nos evocan el mundo presente. Así hemos asistido esta semana a la reedición de la caída en desgracia de John Falstaff ante el recien proclamado Enrique V. Nos referimos a la defenestración de Jordi Sevilla por Zapatero, que ha expulsado de su corte al otrora ministro y hombre de confianza. Cuando Falstaff se presenta jovialmente ante el nuevo monarca, su compañero de juergas, éste le responde de esta suerte: «No te conozco, anciano. He soñado durante largo tiempo con un hombre como tú, así de viejo, así de libertino. Pero ahora he despertado y desprecio mi sueño. Nota que tu tumba se abre para tí tres veces mán ancha que para los otros hombres. Te destierro bajo pena de muerte a diez millas de mi persona». Enrique V hace tabla rasa de su pasado cuando hereda la corona conquistada por la fuerza por su padre. Despide a todos sus amigos de francachelas y a quienes han sido testigos de sus flaquezas humanas. Por ello, se deshace de Falstaff, su alter ego, el viejo tutor que conoce la cara oculta del hombre que se acaba de sentar en el trono. Lo mismo que Falstaff inicia al joven príncipe de Gales en la holganza, Sevilla cometió el pecado de iniciar a Zapatero en los arcanos de la economía. «A éste le enseño yo economía en un par de tardes», se le escapó a Sevilla. Zapatero nunca perdonó el desliz de su mentor, como tampoco lo hizo Enrique V cuando escuchó detrás de una puerta que Falstaff le llamaba «hijo de carne floja y de sangre derramada». Como príncipe disoluto, Enrique podía tolerar esos comentarios, pero como rey estaba obligado a castigar al bufón por su osadía. Zapatero aguantó a Sevilla mientras le necesitaba. Supo esperar y cuando llegó el momento, le destituyó como ministro y lo envió a tierras valencianas a reorganizar el partido para pelear con Camps. Misión imposible. Sevilla ha acabado por tirar la toalla y renunciar a su escaño en un gesto de dignidad que dice a su favor. No es la primera ni la última víctima de Zapatero, que ya actuó así con Caldera, López Aguilar, Jáuregui y otros barones del PSOE. Sevilla se ha ido en silencio, pero bien podría haber puesto en su boca el alegato de Falstaff: «Al contrario, es el joven príncipe quien me ha extraviado a mí».
Los monarcas, los poderosos, carecen de memoria y tienen la posibilidad de reescribir la historia. Stalin eliminó a Trotsky de la foto de los soviets en el palacio Smolny. Zapatero ha quitado a Sevilla de la foto porque le conoce demasiado bien. No se puede convivir con quien te recuerda lo que fuiste y lo que de verdad eres en el fondo. Por eso, acaban mal todos los falstaff de este mundo."

PD: De César Molina poco podemos decir como Ministro: vino, vio el panorama y lo echaron.
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