domingo, 6 de noviembre de 2011

La tentación vive arriba y Testigo de Cargo, dos estupendos Wilder


Probablemente en ninguna película antes de Testigo de cargo se rogara a los espectadores que no contaran el final (ahora resultaría imposible: pocos meses después del estreno de El sexto sentido ya se hacían bromas sobre su conclusión; o un crítico televisivo en España destripaba la última secuencia de la cuarta temporada de Dexter Morgan pocas horas después de que la televisaran en Estados Unidos). 
Sin embargo, y a diferencia de gran parte del cine Hollywood que vive solamente de su final sorpresa mientras dormitas el resto del metraje, en Testigo de cargo, la mejor adaptación de Agatha Christie (para mí, para la propia escritora también: aunque esto, según Wilder que, aunque no fabulaba tanto como John Huston, tenía exceso de imaginación), desde el principio hasta el final no puedes apartar los ojos de la pantalla. Todo gracias al personaje de Sir Wilfrid, interpretado por Charles Laughton (su biógrafo, Simon Callow, destaca sus tics con el monóculo en el tribunal como la cima de este actor), y a su enfermera sargento, la actriz Elsa Lanchester (Mary Shelley aka Bride of Frankenstein: en la vida real esposa de Charles Laughton, quien, aseguran los que han tenido la oportunidad de leerlas, sus memorias, Charles Laughton and I, donde revela por ejemplo la homosexualidad del actor y su enamoramiento de Cary Grant, son de las mejores que se han escrito en Hollywood). Elsa y Charles crean una pareja a la altura de las que interpretan para Wilder Charles Matthay y Jack Lemmon y, como escribe el cineasta austríaco, «En nuestra película es Laughton el que lo sostiene todo. Es mucho más importante que en la obra de teatro. El enigma que narra la obra es bueno, pero no deja de ser un misterio con truco. Laughton es una persona, un hombre».
Para los otros actores protagonistas se barajaron varios nombres: Wilder quería a Marlene Dietrich, la productora a Ava Gardner; se habló también de Grace Kelly… y para el personaje masculino Kirk Douglas (¡hasta Roger Moore a sugerencia de Joshua Logan!). Finalmente contó con un Tyrone Power en el último tramo de su carrera (ya no era el galán de antaño) y con su amiga Marlen Dietrich (de las pocas con una lengua igual o más afilada que la de Wilder: la esposa del cineasta y la actriz se odiaban) quien, tras Testigo de cargo, solo mostraría su inmensa categoría en Sed de mal y Vencedores y vencidos.
La reconstrucción que del Old Bailey de Londres (Tribunal de lo criminal) y del colegio de abogados que realizan Alex y Lina Trauner, los diseñadores, son una obra maestra (a la altura de las oficinas que los Trauner construyen para El Apartamento); los diálogos (de Wilder y Harry Kurnitz, al parecer Diamond no estaba disponible) de altura: el hecho de que Laughton acepte el caso porque Power y su otro abogado llevan uno un par de puro y el otro un encendedor… simplemente brillante. El tabaco y Wilder (recordar Perdición) darían para un artículo completo.


En cuanto a La tentación vive arriba: cuántas escenas tan imitadas como el vestido del metro de Marylin (el vestido fue subastado este verano y alcanzó un récord de 4’6 millones de dólares); cuántos niños no descubrimos por primera qué era un “Rodríguez” y la inevitable frustración sexual de la mediana edad con ese personaje que interpreta Tom Ewell.
El parto de esta película resultó difícil: la obra de teatro de George Axelrod (coguionista) resultó un éxito, Hollywood Reporter la tildó de «fin de semana de lujuria», pero el adulterio en la original continuaba siendo tabú en una comedia Hollywood (hablamos del año 55, aunque Wilder ya negociaba su compra en el 53) por lo que fueron necesarios cambios importantes. También existían dudas sobre si Tom Ewell daría el tipo con la rubia platino (con permiso de Jean Harlow) y si Marilyn no acabaría con los nervios de Wilder: «Cuando la película estaba terminada te olvidabas de tus problemas con ella. No se trataba de que fuera mezquina. Sencillamente carecía de sentido del tiempo y no era consciente de que trescientas personas habían estado esperándola durante horas. Sin embargo, sí poseía un gran sentido rítmico natural. A veces era capaz de decir tres páginas de texto sin cometer un error. En otras ocasiones sí tenía auténticos bloqueos mentales». Y en otro momento: «No me di cuenta de lo caótica que era hasta que miré en la parte trasera de su coche […] Había blusas tiradas, y pantalones, vestidos, fajas, zapatos viejos, billetes de avión usados, y, por lo que sé, hasta antiguos amantes»,
En las comedias de los años 50 Wilder muestra lo bien que se ha adaptado a Estados Unidos por la manera como se introduce en la mentalidad vulgar y consumista del norteamericano medio (quizá no tan diferente a la República Weimar). A diferencia de las comedias que escribe para su maestro Lubitsch (Ninotchka) o Leisen (Medianoche), no vive anclado en un pasado de refugiados europeos y norteamericanos ricos… Bésame tonto, En bandeja de plata, Qué ocurrió entre mi padre y tu madre lo convierten en el más norteamericano de los directores europeos…
Una comedia, una de misterio… no se puede pedir más para despedirnos de Billy Wilder, de Dios, como lo llamó (con más datos empíricos con los cristianos y Jesús o los musulmanes y Alá) Fernando Trueba.

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