Chaplin y Neville |
«Edgar Neville es hijo del siglo XX. Le tenemos miedo porque nos propalará, nos admirará, nos desafiará», Ramón Gómez de la Serna, cuya primera impresión del cineasta fue negativa, recordará a su amigo de esta manera. Creador de un Madrid comparable a la Francia de Renoir o la Europa de los exiliados rusos de Lubistch, Neville apenas se conoce en España. Berlanga, Buñuel, Bardem, pero no el director de El baile. El bando equivocado, bastante de sinvergonzonería y una biografía que expresa tantas contradicciones como el siglo pasado.
El siglo XX. ¿Podemos ya
disfrutar de la obra de autores tan lejanos en el tiempo sin importar la
ideología? ¿O para celebrar a Miguel Hernández y su compromiso se le tiene que
contraponer Rafael Alberti?
Por cada Edgar Neville, en el
Régimen dirigieron películas treinta Rafael Gil. Pero el éxito de la reedición
de Amor se escribe sin hache de
Jardiel Poncela por la editorial Blackie Books o Haciendo República de Julio Camba por Libros del Silencio nos habla
de los gustos de un nuevo público que no pide el carné para disfrutar de un
buen libro. Ni tampoco lo lee por nostalgia de un tiempo que vivió o por
añoranza del que no vivió. En el erial del franquismo al que se refería
Gregorio Román obras como La torre de los
siete jorobados nos ilumina: un
fantasma y un crimen, una ciudad oculta de los judíos, una banda de jorobados,
zarzuela y romance. Eso nos regaló Edgar Neville este 2011.
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