Si usted pertenece a las clases humildes (mejor: humilladas) corre mayor riesgo de caer en la obesidad, con las enfermedades que esta conlleva. No lo digo yo, lo escribe Patricia Aguirre en “Ricos flacos y gordos pobres” (Capital Intelectual, 2007).
Si su padre es pobre o con escasa educación, lo más probable es que usted sea pobre y no tenga estudios. No lo digo yo, lo dice el INE en su Encuesta de Condiciones de Vida. La educación de los progenitores importa más que la riqueza, pero la cultura popular casi se ha extinguido y la cultura subvencionada se acaba (su valor tenía, aunque en el fondo se tratase de que un Aznar cualquiera o un Pedro Alberto Cruz soñasen con ser mecenas del Renacimiento).
Sin educación y obesos, la mayoría de los pobres (y nuestros hijos) no tendremos acceso al mayor factor de ascenso social de la historia: la belleza. Convertirnos en “el mantenido de tal” o “la querida de Pascual”.
El Gobierno anti clases populares del Partido Popular no ayuda precisamente: dispara el IVA de la Cultura; engendra una ley con el objetivo de que el hijo del peón albañil sea peón albañil; ni tan siquiera su Sanidad nos paga operaciones para adelgazar o de belleza por si conquistamos a una jequesa de esas que dicen que no solo aparece en los cuentos de las Mil y una Noches.
Si le sirvo de consuelo…
Si usted pertenece a la clase baja o media, cuando suceda una catástrofe natural o provocada por el hombre, es más probable que ayude a los aún más necesitados que si fuese rico. No lo digo yo, lo dice Mercedes Ruiz-Giménez, presidenta de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo.
Si es pobre –dios no lo quiera-, querido lector, debe saber que como usted hay muchísimos que en su mano, en su voto, está el revertir esta injusticia.
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