En Semana Santa, la pantalla de nuestro televisor se llena de imágenes religiosas. Además de dar cuenta de las procesiones que inundan la geografía española, es el momento en que los programadores aprovechan para sacar de la nevera series, telefilmes y películas sobre la vida y milagros de Jesucristo. Mejor: sobre su pasión y muerte. En Navidad, el planteamiento es esperanzador: más que biografías sobre Jesús, se prefieren los cuentos con moraleja, cuya película paradigmática sería Qué bello es vivir (1946).
Vamos a hacer un breve repaso del Cristo cinematográfico. Su representación ha sido habitual desde los comienzos mismos del cine: hacia 1897 ya había rodadas siete películas sobre la pasión. Entre otras, una de los hermanos Lumiére. Sin embargo, los europeos dudaban si mostrarlo o no. ¿Qué rostro tiene Cristo? Decidieron ocultarlo, mostrar, en cambio, el hombro, la espalda, la parte posterior de la cabeza. Los americanos, por el contrario, no tuvieron esos problemas. En 1916, D. W. Griffith dedica un capítulo de su Intolerancia a la historia del Evangelio. Pero será Cecil B. De Mille quien marque la pauta con su Rey de Reyes en 1927. Espectacularidad en la puesta de escena y gran respeto hacia Jesús. Decide que el actor que lo interprete deberá comer solo, vivir aislado del resto del equipo. Su objetivo: un Cristo sobrehumano.
Hasta el final de la II Guerra Mundial, los productores apenas muestran interés por las historias bíblicas. La situación comienza a cambiar en la década de los 50. Quizá la bomba atómica, el miedo al comunismo, predispone al espectador a historias más espirituales. Aunque sean visiones indirectas, un personaje fugaz que da sentido a la trama: La túnica sagrada (Henry Koster, 1953) o Ben Hur (William Wyler, 1959). Serán los 60 la década de las películas del Evangelio: la primera, Rey de Reyes de Nicholas Ray (para mí, la mejor película sobre Jesús, quizá porque Ray se mueve especialmente bien contando historias de personajes marginados e inadaptados; suya es Rebelde sin causa) y La historia más grande jamás contada (George Stevens, 1965), con un Jesús de rasgos nórdicos. Y, en Europa, El Evangelio según San Mateo (Pasolini, 1964).
Los 70 nos traen Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973) y la parodia de La vida de Brian (1979). Mientras que La vida de Brian da muestras de un humor británico muy inteligente (los cristianos de Norteamérica la boicotearon), el inefable Mel Brooks realiza en 1981 La loca historia del mundo: donde parodia la última cena sin ninguna gracia. De esa misma década es La última tentación de Cristo (Scorsese, 1988). La película de Scorsese no está basada en los Evangelios, sino en una novela de C. Kazantzakis. En casi todas las películas, se hace una representación realista de Cristo. Pero en ésta el realismo llega al paisaje y a las costumbres: vemos una Palestina arenosa, polvorienta; danzas y bodas; prostíbulos. Su Jesús es humano, incluso demasiado humano. Para muestra la famosa escena de la tentación de ser normal: donde fantasea con recuperarse de sus heridas, tener familia, llegar a viejo... La película de Scorsese, un católico que iba para cura, tiene guión de su compinche en Toro salvaje y Taxi Driver, el también director Paul Schrader, de fe calvinista, que no entró a un cine hasta que acabó su adolescencia. Un año después de la obra de Scorsese, Denis Arcand (autor de Las invasiones bárbaras) realiza su Jesús de Montreal, donde aparece un Jesús contemporáneo.
Y ya en la década actual, la polémica Pasión de Cristo de Mel Gibson. Película limitada a sus últimas doce horas de vida, tiene unas grandes interpretaciones y una lograda ambientación, pero es en exceso violenta, hiperrealista. Mel Gibson debe ser un gran devoto de la Semana Santa filipina.
Para terminar, recordar una irreverente película española, Así en el cielo como en la tierra (José Luis Cuerda, 1995), donde Jesús Bonilla pone los rasgos de un Cristo español; Paco Rabal es un San Pedro Guardia Civil; y, cómo no, Fernán Gómez hace de Dios.
Vamos a hacer un breve repaso del Cristo cinematográfico. Su representación ha sido habitual desde los comienzos mismos del cine: hacia 1897 ya había rodadas siete películas sobre la pasión. Entre otras, una de los hermanos Lumiére. Sin embargo, los europeos dudaban si mostrarlo o no. ¿Qué rostro tiene Cristo? Decidieron ocultarlo, mostrar, en cambio, el hombro, la espalda, la parte posterior de la cabeza. Los americanos, por el contrario, no tuvieron esos problemas. En 1916, D. W. Griffith dedica un capítulo de su Intolerancia a la historia del Evangelio. Pero será Cecil B. De Mille quien marque la pauta con su Rey de Reyes en 1927. Espectacularidad en la puesta de escena y gran respeto hacia Jesús. Decide que el actor que lo interprete deberá comer solo, vivir aislado del resto del equipo. Su objetivo: un Cristo sobrehumano.
Hasta el final de la II Guerra Mundial, los productores apenas muestran interés por las historias bíblicas. La situación comienza a cambiar en la década de los 50. Quizá la bomba atómica, el miedo al comunismo, predispone al espectador a historias más espirituales. Aunque sean visiones indirectas, un personaje fugaz que da sentido a la trama: La túnica sagrada (Henry Koster, 1953) o Ben Hur (William Wyler, 1959). Serán los 60 la década de las películas del Evangelio: la primera, Rey de Reyes de Nicholas Ray (para mí, la mejor película sobre Jesús, quizá porque Ray se mueve especialmente bien contando historias de personajes marginados e inadaptados; suya es Rebelde sin causa) y La historia más grande jamás contada (George Stevens, 1965), con un Jesús de rasgos nórdicos. Y, en Europa, El Evangelio según San Mateo (Pasolini, 1964).
Los 70 nos traen Jesucristo Superstar (Norman Jewison, 1973) y la parodia de La vida de Brian (1979). Mientras que La vida de Brian da muestras de un humor británico muy inteligente (los cristianos de Norteamérica la boicotearon), el inefable Mel Brooks realiza en 1981 La loca historia del mundo: donde parodia la última cena sin ninguna gracia. De esa misma década es La última tentación de Cristo (Scorsese, 1988). La película de Scorsese no está basada en los Evangelios, sino en una novela de C. Kazantzakis. En casi todas las películas, se hace una representación realista de Cristo. Pero en ésta el realismo llega al paisaje y a las costumbres: vemos una Palestina arenosa, polvorienta; danzas y bodas; prostíbulos. Su Jesús es humano, incluso demasiado humano. Para muestra la famosa escena de la tentación de ser normal
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