Sorprende cómo la bienpensante Europa ha acogido la prohibición de construir minaretes en Suiza. Un 57’5% de los suizos han votado sí a esta propuesta del ultraderechista partido político UDC. Digo ultraderechista por comodidad: porque lo escriben otros periodistas que deben saber de la realidad suiza. Aunque ateniéndonos al error en cadena que se ha producido con la muerte de Aitana, tal vez lo conformen feministas y libertarios.
Sorprende la reacción porque va en la misma línea que la prohibición de crucifijos en las escuelas y ningún «progresista» protestó. Al contrario: es una oportunidad para laicizar la sociedad, incluso para favorecer una religión más intimista, erasmiana… Utilizando una jerga gay: «Deberíamos meter dentro del armario la religión».
Me dirán que llevando estas propuestas al extremo debería prohibirse cualquier manifestación religiosa pública: desde la Semana Santa hasta las Fiestas de Mayo caravaqueñas… Todas las fiestas patronales, en realidad. Sin embargo, aunque España ya no es católica (aunque tampoco laica... la oportunidad perdida de ocho años de Gobierno socialista), no deja de ser cierto también que culturalmente sí lo somos. Parte de nuestra moral, de nuestros valores, aunque nos digamos herederos de la Ilustración, provienen del cristianismo. Nuestros hábitos alimentarios, gusto artístico, festividades, dichos…son también de raíz católica. El pecado y los remordimientos. En un pequeño pueblo, lo que te despiertan son las campanas de la Iglesia. Nietzsche pudo declarar la muerte de Dios, pero, en ese caso, antes debió de existir. Por lo tanto, la Europa cristiana subsistirá como cultura y tradición, incluso en la mente de los ateos, y en algunas zonas como Bosnia o Ceuta y Melilla hará lo propio la religión musulmana. Sin asustarnos, claro. Y sin ver la retirada de los crucifijos como un triunfo de los sin fe o la prohibición de los minaretes como una derrota del multiculturalismo (signifique lo que signifique).
Sorprende la reacción porque va en la misma línea que la prohibición de crucifijos en las escuelas y ningún «progresista» protestó. Al contrario: es una oportunidad para laicizar la sociedad, incluso para favorecer una religión más intimista, erasmiana… Utilizando una jerga gay: «Deberíamos meter dentro del armario la religión».
Me dirán que llevando estas propuestas al extremo debería prohibirse cualquier manifestación religiosa pública: desde la Semana Santa hasta las Fiestas de Mayo caravaqueñas… Todas las fiestas patronales, en realidad. Sin embargo, aunque España ya no es católica (aunque tampoco laica... la oportunidad perdida de ocho años de Gobierno socialista), no deja de ser cierto también que culturalmente sí lo somos. Parte de nuestra moral, de nuestros valores, aunque nos digamos herederos de la Ilustración, provienen del cristianismo. Nuestros hábitos alimentarios, gusto artístico, festividades, dichos…son también de raíz católica. El pecado y los remordimientos. En un pequeño pueblo, lo que te despiertan son las campanas de la Iglesia. Nietzsche pudo declarar la muerte de Dios, pero, en ese caso, antes debió de existir. Por lo tanto, la Europa cristiana subsistirá como cultura y tradición, incluso en la mente de los ateos, y en algunas zonas como Bosnia o Ceuta y Melilla hará lo propio la religión musulmana. Sin asustarnos, claro. Y sin ver la retirada de los crucifijos como un triunfo de los sin fe o la prohibición de los minaretes como una derrota del multiculturalismo (signifique lo que signifique).
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