Lo cierto es que a comienzos del siglo XXI el recurso a la violencia no ha perdido ni un ápice de la atracción que tenía en 1961 cuando se publicó Los condenados de la tierra o, anteriormente, cuando se asaltó el Palacio de Invierno o cuando se hablaba de la dialéctica de los puños y pistolas.
Muchos nombres en estos tiempos, curiosamente todos conservadores: de Bush a Berlusconi; de Benedicto XVI a Herman Tertsch (aunque en este caso pudo ser una pelea de borrachos, de otro tiempo también, cuando las mujeres escaseaban: «la más hermosa sonríe al más fiero de los vencedores» si citamos a Darío). Pero la violencia cotidiana no se ejerce solamente contra políticos, al contrario, solo que su caso despierta la atención, como el de Pedro Alberto Cruz en Murcia. Pero ha sido imposible ocultar la violencia desplegada contra algunos manifestantes en los últimos meses.
Antes que Fukuyama en 1992, a principios de los sesenta Daniel Bell escribió sobre el fin de las ideologías: la desaparición del socialismo y del fascismo, del pensamiento totalitario en definitiva, y los treinta años de crecimiento continuado en Europa tras la II Guerra Mundial, habían creado una nueva sociedad que no parecía interesada en su mayoría en dirimir sus conflictos con las armas.
Pero son contemporáneos Fanon y Bell, y quedó una minoría fascinada, una corriente subterránea que se expresa en películas de culto como El club de la lucha (David Fincher, 1999). Sin embargo, los apologetas parecían menguar hasta esta última «moda» donde más de uno se ha quitado la careta y jaleado y justificado al agresor que, en los casos de Berlusconi y Benedicto, no eran más que dos desequilibrados que no han tardado en pedir perdón.
PD. ¿Una sociedad fascinada por la violencia pero menos violenta que sociedades pretéritas?
Autores como Steven Pinker aseguran que en el siglo XX se produce un declive de la violencia.
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