Más de cincuenta años hace que murió Albert Camus. Fue un 4 de enero en un accidente de coche: tenía cuarenta y siete y una estampa, con su gabardina puesta, más propia de un Bogart que perteneciera a la «Generación perdida» que de un escritor al que se le concediera el Nobel. Las simpatías, instintivas, iban destinadas a él y no a esa pareja, Sartre – Beauvoir. En un principio, ya ven qué tontería, porque le gustaba el fútbol más que frecuentar los cafés de la ribera izquierda del Sena. Después porque su lectura es un antídoto contra cualquier tipo de totalitarismo.
Picoteó del teatro, de la novela, del ensayo, de los artículos periodísticos, siempre interesado en la condición humana. El extranjero y La peste son hitos del siglo XX, aunque probablemente se lean poco hoy en día y, por ejemplo, a su Sísifo le ha sentado mal el paso del tiempo.
Pero quien aún no haya descubierto al escritor francés, puede hacerlo en la recopilación de escritos periodísticos Moral y política. En esos, ensayos algunos, otros periodismo de combate, es donde con más claridad nos vacunamos contra los totalitarismos: en su tiempo el fascismo y el comunismo. O nacionalismo e islamismo antes y ahora. O cristianismo.
Hay que ponerse en el contexto: la II Guerra Mundial ha acabado y, en garras del estalinismo, se encuentra todo el Este de Europa y parte del centro y las democracias occidentales, principalmente Italia y Francia, tienen en su interior poderosos partidos comunistas.
El comunismo, aunque solo en determinados círculos se conociesen o quisiesen conocer los crímenes de Lenin y Stalin, estaba de moda, como si fuera una nueva religión, y más entre los círculos que frecuentaba Camus. Gaziel, otro periodista que venia de vivir la Guerra Civil española, advertía, en su exilio interior, que esta preponderancia marxista era consecuencia de una mala política de las democracias liberales: a saber, la I Guerra Mundial había traído un Estado comunista, la Segunda lo había expandido por media Europa y una Tercera podría darle el dominio global.
Al comunismo, como a cualquier religión o secta, no le importaba sacrificar una generación, dos, las que fuesen necesarias, por un supuesto «hombre nuevo», por una sociedad mejor... en el futuro. Para Camus, sin embargo, no valía la pena sacrificar ninguna vida por esa entelequia. De ahí su actualidad.
Picoteó del teatro, de la novela, del ensayo, de los artículos periodísticos, siempre interesado en la condición humana. El extranjero y La peste son hitos del siglo XX, aunque probablemente se lean poco hoy en día y, por ejemplo, a su Sísifo le ha sentado mal el paso del tiempo.
Pero quien aún no haya descubierto al escritor francés, puede hacerlo en la recopilación de escritos periodísticos Moral y política. En esos, ensayos algunos, otros periodismo de combate, es donde con más claridad nos vacunamos contra los totalitarismos: en su tiempo el fascismo y el comunismo. O nacionalismo e islamismo antes y ahora. O cristianismo.
Hay que ponerse en el contexto: la II Guerra Mundial ha acabado y, en garras del estalinismo, se encuentra todo el Este de Europa y parte del centro y las democracias occidentales, principalmente Italia y Francia, tienen en su interior poderosos partidos comunistas.
El comunismo, aunque solo en determinados círculos se conociesen o quisiesen conocer los crímenes de Lenin y Stalin, estaba de moda, como si fuera una nueva religión, y más entre los círculos que frecuentaba Camus. Gaziel, otro periodista que venia de vivir la Guerra Civil española, advertía, en su exilio interior, que esta preponderancia marxista era consecuencia de una mala política de las democracias liberales: a saber, la I Guerra Mundial había traído un Estado comunista, la Segunda lo había expandido por media Europa y una Tercera podría darle el dominio global.
Al comunismo, como a cualquier religión o secta, no le importaba sacrificar una generación, dos, las que fuesen necesarias, por un supuesto «hombre nuevo», por una sociedad mejor... en el futuro. Para Camus, sin embargo, no valía la pena sacrificar ninguna vida por esa entelequia. De ahí su actualidad.
1 comentarios:
Siempre he sido camusófilo. Y no pierdo la ilusión de releerlo de vez en cuando
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