El verano del Amor |
Amigos míos hallan placer (sano,
malsano… en cuestión de goces no juzgo lo que pone o no al respetable) en enumerar los paralelismos entre nuestra
época y la década de los 30 del siglo XX. Francia, Portugal, ¿pronto España?...
y sueñan con frentes populares contra frentes patrióticos. La mecha la
encenderá —fantasean— la próxima indemnización millonaria a un banquero
acaudalado; un vejete italiano (¿otro más?) que se suicide; un mártir de la
extrema derecha griega; que comiencen a cobrar las llamadas perdidas, como
ironiza un grupo... No pretendo desanimar a mis amigos ni mucho menos
recordarles que si la
Historia se repite los suyos volverán a perder.
Aunque en mi caso (y en el de
otros cientos de miles de personas), de haberla, la revolución nos sorprenderá
bailando y la contrarrevolución de dulce resaca. «Les da igual que pase el tiempo. Sólo quieren el momento. Se olvidaron del futuro aterrador», cantaba La
Casa Azul en el SOS 4.8 y con ellos miles
de jóvenes que intuyen que ya no les queda otra que una fiesta tan enloquecida
como la de los vesubianos cuando el volcán entraba en erupción. Mientras en
los cajeros murcianos se apilaban los mendigos, que ya no tienen otro lugar para
dormir, las plazas hervían de zagalas en flor. ¿Tomarán la calle tantos este 12
de mayo?
Rescatamos bancos a la vez que cientos
de festeros hacían unas colas inmensas en las sucursales caravaqueñas (con unos
horarios tan reducidos en Fiestas y prefiestas que parecen las suyas, las de
los banqueros, más largas que las vacaciones escolares), no para sacar todos
sus ahorros y propiciar un colapso del capitalismo —anhelo de mis amigos—, sino
para pedir más créditos que alimenten el sistema.
Entretiene más un festival
que una huelga y también se puede cantar «No pasarán» o «del barco de Chanquete
no nos moverán».
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