Acostumbrados a mirar desde la barrera, disfrazamos con cinismo nuestra cobardía o peor aún nuestra apatía. Aunque estemos dispuestos a recoger los frutos siempre y cuando otros muevan las ramas.
Dudo que si médicos y usuarios de Madrid –comunidad autónoma (junto a Cataluña) laboratorio de todas las políticas convergente-populares, que en breve convertirán España en territorio inhóspito para las clases populares- detienen la privatización de la sanidad; entonces, los que miramos desde la barrera, digamos, “ese derecho social conquistado, o reconquistado, a mí no me lo apliquen que me quedé en casa mientras mi enfermero, la profesora, en la calle, sufrían la burla, aguantaban las medias verdades de determinados políticos y prensa”. Como anteayer los mineros las recibieron, de quienes nunca bajamos a la mina o doblamos el espinazo. Desde la barrera podemos persuadirnos, si nos gritan los estudiantes “no nos mires, únete”, de que “para qué manifestarnos si en cuatro años derogan la LOMCE” o “de qué sirve un día de huelga”.
Así enmascaramos nuestra cobardía –nosotros, los viejo, los que tememos señalarnos- o su apatía –los jóvenes, aquellos que el 24 faltaron a clase pero no se sumaron a la huelga. Es fácil encontrar una excusa para no saltar al ruedo. Pero si continuamos en la barrera, la marea que esperanzados algunos (como Álvaro, uno de los organizadores de la marcha de Moratalla a Caravaca), esperan se convierta en tsunami, más bien revertirá en un chapapote que anegará España entera. ¿Esperamos al próximo Mundial para tomar la calle? ¿A que cobren las perdidas?
Dudo que si médicos y usuarios de Madrid –comunidad autónoma (junto a Cataluña) laboratorio de todas las políticas convergente-populares, que en breve convertirán España en territorio inhóspito para las clases populares- detienen la privatización de la sanidad; entonces, los que miramos desde la barrera, digamos, “ese derecho social conquistado, o reconquistado, a mí no me lo apliquen que me quedé en casa mientras mi enfermero, la profesora, en la calle, sufrían la burla, aguantaban las medias verdades de determinados políticos y prensa”. Como anteayer los mineros las recibieron, de quienes nunca bajamos a la mina o doblamos el espinazo. Desde la barrera podemos persuadirnos, si nos gritan los estudiantes “no nos mires, únete”, de que “para qué manifestarnos si en cuatro años derogan la LOMCE” o “de qué sirve un día de huelga”.
Así enmascaramos nuestra cobardía –nosotros, los viejo, los que tememos señalarnos- o su apatía –los jóvenes, aquellos que el 24 faltaron a clase pero no se sumaron a la huelga. Es fácil encontrar una excusa para no saltar al ruedo. Pero si continuamos en la barrera, la marea que esperanzados algunos (como Álvaro, uno de los organizadores de la marcha de Moratalla a Caravaca), esperan se convierta en tsunami, más bien revertirá en un chapapote que anegará España entera. ¿Esperamos al próximo Mundial para tomar la calle? ¿A que cobren las perdidas?
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